'Vigilia en agosto' podría haber sido una película de terror formidable. El relato deliveradamente lento, detallado y pegado a los ojos de una joven en los días previos de su boda tiene mucho de esos clásicos trayectos al delirio (curioso: casi siempre protagonizados por una mujer) como 'Repulsión' (Roman Polanski), 'Il profumo della signora in nero' (Francesco Barilli) o 'Posesión' (Andrej Zulawski); los omnipresentes cuchicheos de las familiares que ordenan y disponen en la vida de Magda recuerdan tanto al coro de brujas de 'Suspiria' e, incluso, a veces el diseño de sonido recurre a ingeniosos trucos como los de 'El ente' (Sidney J. Furie). En todas estas películas se llega a la perturbación a través de la imaginería del horror, de lo extraordinario o, directamente, lo sobrenatural.

Al contrario, en 'Vigilia en agosto' nunca se rompe la economía del universo, de sus convenciones, jamás irrumpe lo directamente pesadillesco; todo lo raro, lo que descoloca de manera subterránea, sugerente y encima lo hace en un escenario casi trivial, una población que pinta más para una película sobre la lucha de clases que en una de terror. De ahí que la propuesta de Luis María Mercado sea tremendamente valiente y, por tanto, apetecible.

Si hubiera llevado estos presupuestos hasta sus últimas consecuencias el realizador argentino tendría en sus manos una película valiosa de verdad, insisto; pero algo falla en la conclusión de la historia, en la que Mercado parece echar el freno y se termina redimensionando todo lo visto hasta el momento. De verdad, no me gusta evaluar una película a partir de lo que me habría gustado a mí que fuera y no a partir de lo que realmente es, pero de veras creo que lo que se manejaba aquí daba para algo más, para algo mejor.