¿Orgulloso de acudir a Málaga con dos películas?

Venir a Málaga es algo de lo que sentirse orgulloso, claro. Y con dos películas es como si te hubiera tocado la lotería. Además con dos proyectos tan distintos.

Lo que demuestra que es un actor que se atreve con todo.

Es muy curioso cómo aparecen los proyectos. Así como en teatro mi vocación es de payaso, en el cine no he hecho tanta comedia. Y me apetecía hacer una cosa así tan marcadamente cómica y absurda. Además he tenido de acompañantes a Emma Suárez y Manolo Solo, que los dos son amigos y grandes actores. Fue un regalazo. Estuvimos rodando dos días y fue muy divertido.

Ambas películas son de autor y parece que cada vez cuesta más que este tipo de historias lleguen a las salas. ¿Cree que la clase media del cine español está desapareciendo?

No lo sé, a veces alucino cómo se llegan a hacer películas cuando ves lo que cuestan. La estructura financiera es un lío. Oigo decirlo mucho a los productores y a muchísima gente, que ahora se hace películas de diez millones o con dos duros, en las que no cobra nadie y van con la cámara que alguien le ha prestado. No sé, esto demuestra la mala salud que hay. Y no se sabe muy bien cómo se aguanta la cosa. No conozco las razones, pero en Francia también cuesta mucho montar películas, incluso a directores con experiencia.

También hemos pasado de la queja por la piratería al abrazo a las plataformas digitales.

Sí. Todo está cambiando. El cine como ritual de ir a una sala a ver una película en pantalla grande ya estaba jodido antes de que apareciese Netflix. Y ahora llega Netflix y apretando un botoncito te salen 200 películas... Pues es difícil competir con eso. Es verdad que está cambiando mucho la manera de consumir el audiovisual. Así vamos a seguir. No sé posicionarme en ningún lugar respecto a este tema.

¿Se le amontona el trabajo encima de la mesa?

Sí. Y cada día me doy más cuenta de que lo que vivo es una excepción, un privilegio, un chollo, un milagro... no sé cómo llamarlo. Se me acumulan guiones de todo tipo, no es que todo sea oro. Y tengo que escoger, lo que entiendo que es una suerte, porque no todo el mundo pude hacerlo.

En España adulamos mucho al cine francés. ¿Qué tendríamos que copiarles a los franceses?

Pienso que hay una cosa determinante, y me da un poco de rabia decirlo porque los franceses ya tienen esa tendencia a hablar muy bien de ellos mismos, y que hace muchos años que ellos entienden el cine como un sector estratégico. Aquí se mira al cine y a la cultura en general como la distracción para los domingos. Allí se dieron cuenta de que si organizan un festival de cine francés en Tokio, otro en Chile, en Estocolmo, en Rusia...

En Málaga hay un festival de cine francés...

Pues eso es: están vendiendo, no solo su cine, sino un estilo de vida y su cultura. Es una manera de venderse al mundo. Ya sabemos cómo son los franceses, que aseguran que el cine es suyo por los hermanos Lumière y que Picasso también. Y el vino, el queso...

¿Cree que en Francia se le tiene un respeto a la cultura que aquí no se da?

Sí, aquí se entiende que en una verbena la cultura es la música de fondo. No sé, aquí se toma como una cosa más ligera y allí es más profunda. Pero sí que tiene más peso.

Las elecciones están a la vuelta de la esquina. ¿Qué le parece el avance de la ultraderecha en nuestro país?

Aquí parece que la democracia es algo que hemos conseguido y que ya está, cuando es algo que se tiene que trabajar todos los días. Porque cuando se banaliza todo y se considera normal que alguien diga que es franquista o use términos fascistas, pues se normaliza todo. Estamos en un país curioso. Aquí todos hemos comprado el argumento de que en la Guerra Civil había dos bandos, los rojos y los azules, como si fueran equipos de fútbol. Pero no que los que ganaron estuvieron cuarenta años gobernando y no se escaparon a Brasil. Es un poco inquietante lo que está pasando.