Si existe una actriz en el panorama actual cinematográfico que ha tenido más oportunidades de interpretar papeles profundos y psicológicamente bien armados es Maribel Verdú. En El doble más quince la actriz madrileña encarna a una madre incapaz de cubrir sus necesidad dentro de las normas sociales establecidas, decidida a encontrar en aquellos espacios que desconoce algo que la mantenga viva (aunque no se sepa de qué).

Existe algo gris y lúgubre en todo el metraje de El doble más quince, es una la irreflexión profunda de sus protagonistas. Seres inmersos en una ciudad cualquiera que viven con miedo y temor a desvelar sus verdaderos deseos y necesidades. Pero a veces las atmósferas no son suficiente o eso debería saber su director Mikel Rueda, cuyo anterior trabajo, A escondidas (2014), también fue estrenado en Málaga.

El doble más quince se acerca a esas arenas movedizas de las que salieron tan bien parados Mike Nichols con El graduado o Stanley Kubrick en Lolita. Mikel Rueda otorga a esta historia de amor imposible un aroma lánguido y previsible desencantado al espectador durante todo su segundo acto, tomando la decisión narrativa de ocultarle todo aquello que realmente interesa pero que nunca podrá ver. La decisión del director de tomar el camino de enmedio en una carretera repleta de curvas inconexas hace del relato una caricatura de lo que pudo haber sido y acaba siendo.

El doble más quince es en los ratos donde debe ir rápida lenta, y en otros donde exige cierta capacidad contemplativa rápida e imprecisa llenándose de juegos ya vistos (como la secuencia del supermercado) y situaciones previsibles (festival). En definitiva, posee ese ruido furtivo de algunas obras fílmicas que acompañan al espectador mientras abandona la sala y le hacen reflexionar más en lo que pudo haber sido.