La documentalista Paula Palacios ha dado voz a quienes se juegan la vida para salir de su país y a quienes reposan en el fondo del Mediterráneo y oficialmente constan como desaparecidos, por el azar de haber nacido en una u otra orilla, en el documental Cartas mojadas, producido por Isabel Coixet.

No es la primera vez que Palacios aborda el fenómeno de la inmigración, pero en este largometraje quería englobar «lo que ocurre al salir de su país, por qué huyen, cómo huyen en el mar y qué les ocurre al llegar a Europa».

«Si entendemos de dónde salen y por lo que pasan, hay cosas que no permitiríamos. En la película se les ve en París durmiendo en las calles bajo la lluvia, y cómo los desaloja la Policía con violencia», resaltó Palacios, que presentó ayer su película en la sección oficial de documentales del Festival de Málaga.

Isabel Coixet se incorporó avanzado el proyecto porque Palacios no quería «que fuera un documental más sobre inmigración» y necesitaba «que una cineasta también lo avalara», y cree que es «una película, más allá de su militancia o del tema que trata».

El título es una metáfora que alude a la petición que hizo en un cortometraje anterior a una madre internada en un centro de refugiados de Berlín para que escribiera un carta, que decidió dirigir a su hijo muerto, y la voz en off llega «desde el fondo del mar y es la de los llamados desaparecidos, que son los muertos del Mediterráneo». También hay naipes mojados, en referencia a que «los blancos occidentales creemos que hemos ganado algo cuando en realidad el azar ha hecho que uno nazca aquí y otro en Sudán o Somalia».

Al rodar en el buque Open Arms le «impresionó» que hubiera «tantos bebés a bordo», lo que le hacía plantearse «qué culpa tiene un bebé que nace en un país en conflicto de todo lo que le hacemos vivir, sufrir torturas en Libia, subirse a una patera y, al llegar a Europa, el desprecio con el que les tratamos». Palacios logra narrar una situación tan dura con gran belleza visual, porque cree que de lo contrario «no se aguantaría», y de ahí también la petición a Coixet para que «amadrinara» el documental, en un intento de que «cuánto más cuento fuera la película, más se acercaría a la realidad».