A Sandra Kogut le rondaba la idea de hacer una película sobre los extras, personas invisibles que rodean la vida de los ricos, cuando se le hizo evidente que tenía que contextualizarlo en su Brasil de hoy; buscó un lugar, un personaje y una historia y, de repente, la vida retroalimentó su creación. «Quería hablar de este momento en el que hay muchos escándalos de corrupción, gente con mucha plata a quienes sus empleados miran como si vivieran en una telenovela», apuntó la directora en una rueda de prensa telemática con la que ayer se cerró la muestra de cintas a competición en la Sección Oficial del 23 Festival de Málaga.

También documentalista, la cineasta brasileña explicó por videoconferencia que sabe que «nunca hay que hablar de cosas que estén pasando aún» cuando quieres reflejar una realidad, pero al rodar Tres veranos decidió hacer lo contrario: «Cuando buscamos las localizaciones vivimos situaciones como una de las escenas que salen en la película». Fue un paseo en yate por un condominio de mucho lujo donde cada casa que veían como posible para rodar la película era propiedad de algún corrupto que estaba en la cárcel, «o de algún futbolista», se rió Kogut. Así, lo más curioso es que los dueños de la casa que alquilaron «vivieron dentro, con sus empleados, mientras rodábamos». «Vivimos situaciones que estaban en el guion, la película estaba pasando», afirmó y recordó que ayer mismo el gobernador de Río de Janeiro fue apartado por corrupción, y es el tercer gobernador que sigue el mismo camino.

La historia atraviesa tres veranos, tres meses de diciembre en la misma casa de la playa de Río de Janeiro, particularmente decisivos en la vida de una familia rica -muy rica- y la de los cuatro empleados que conviven con ellos.

Solo una, el ama de llaves, Madá (Regina Casé) comparte el año entero con los dueños: un matrimonio de mediana edad, su hijo adolescente y el abuelo, un soberbio Rogerio Froes en el papel del señor Lira. «El abuelo es la reserva moral, el único personaje humanista de la cinta, un profesor al que le gustan los libros y la música, recto, coherente; en este mundo ya no hay más lugar para él», y Madá «representa las cosas que el estado no está dando. Ella siempre piensa en el colectivo, crea las posibilidades, es positiva», ahondó la realizadora. Y la maravillosa pareja que forma con Madá es «el encuentro de dos naúfragos en una isla, están presos ahí».

El primer verano, todo son lujos y gastos, sin parar en nada; el segundo, el padre de familia es detenido y su esposa desaparece con el hijo y mucho dinero, mientras los empleados no cobran; el tercero se resuelve con la supervivencia y la camaradería hasta que, con la llegada de 2018, todo se vuelve incógnita.

Por eso, aunque se habla de tres veranos, la película acaba en un cuarto: cuando la extrema derecha llega al poder. «Esa última escena, en la que la celebración del año nuevo ya no es en la casa, es el retrato de un nuevo orden fundado por la extrema derecha».