'Ama' y las mil formas de la maternidad respetuosa y humana

Júlia de Paz debuta como directora a sus 25 años con una reivindicación de una visión más sana y comprensiva del hecho de ser madre

Alicia G. Arribas (EFE)

Julia de Paz, catalana, 25 años, tenía una deuda con su madre y le ha hecho un regalo en Málaga: Ama, su primer largometraje, una película dura, directa, emotiva y sincera, es para ella. Porque hay mil formas de maternidad y las madres, como la suya, «lo hacen lo mejor que saben».

Primero hubo un corto, que la directora presentó como trabajo de final de carrera en la ESCAC -la escuela catalana de cine que el Festival de Málaga sigue con devoción-, creado en unos momentos en los que Julia «no estaba muy bien», dice. Ayer presentó Ama a competición oficial, cinta que se estrenará el próximo 16 de julio.

«En esos días difíciles, mi madre me hizo un acompañamiento precioso y creamos un vínculo superfuerte. Pero ella siempre me decía: Qué he hecho mal para que estés así, y yo le respondía que ella no había hecho nada mal. La cosa es que ese peso, ella nunca se lo ha quitado de encima».

Así, confiesa con cierta emoción, «Ama es mi forma de decirle: Mamá, eres perfecta, lo haces lo mejor que sabes y ya está, es que no hay una maternidad, hay mil maternidades porque son relaciones humanas y de quién nacen».

Ama, madre en algunos idiomas, también es el imperativo del verbo que dice cómo tienes que amar, explica De Paz. «Para ser una buena madre, tienes que dar la vida por tus hijos e hijas, perder toda tu independencia y toda identidad porque lo tienes que dar todo por ellos y ellas. Y no es así, no tiene que ser así«.

En ese momento de la entrevista, sale la luchadora de 25 años que es la cineasta reclamando plantarle cara a la sociedad y esos requerimientos que cercenan a la mujer: «Esto también es un modo de opresión, una herramienta para someter a la mujer».

La película hace un seguimiento a una mujer muy joven a partir de una noche de juerga en la que, después de bailar y consumir todo tipo de sustancias en una discoteca, vuelve a su casa ya entrado el día para ser recibida por una niña pequeña que dibuja en una mesa y le da los buenos días sin inmutarse.

En medio, un salpicado de imágenes antiguas, tristes, casi violentas, que dejan un rictus serio a Pepa (impresionante trabajo de Tamara Casellas). Su amiga y compañera de piso ya no aguanta más el abandono de esa hija y las manda a las dos a la calle, a buscarse la vida.

La cámara sigue angustiosamente encima a esa mujer, que cae mal al espectador, transmitiendo toda la rabia que lleva dentro. «Creo que la rabia nace de la necesidad de justicia. Y esa cámara también dice que nosotras (las jóvenes) si queremos ser madres, no nos queremos encontrar con esta presión ni esta frustración constante».

«Si el espectador la rechaza de primeras, ya hemos conseguido lo que queríamos, que es justamente demostrar que hay una estigmatización hacia ella».

De Paz optó por no explicar la historia previa de esa mujer, «porque cuando ves a alguien como ella en la calle no sabes su vida, pero ya le puedes llamar mala madre si la ves pintada, en chándal, con la niña a cuestas. No sabes, pero te sientes con el derecho a juzgar».

De Paz hace también un trabajo impresionante con la pequeña Leire Marín, Leyla, una niña no actriz cuya naturalidad cubre de verdad escenas verdaderamente difíciles, y a destacar, el de Estefanía de los Santos, «madre» y «abuela» de Pepa y Leyla.