Presentación

El periodismo que sólo busca convertir a las víctimas en iconos

La piel en llamas es, según su director, un filme sobre la verdad, la memoria y la manipulación

Óscar Jaenada y Elia Jweku, en «La piel en llamas».

Óscar Jaenada y Elia Jweku, en «La piel en llamas». / eduardo parra. málaga

EFE

"La piel en llamas", quinto largometraje de David Martín-Porras, incita al espectador a una reflexión sobre la visión de las guerras que ofrecen los medios de comunicación, con un reparto en el que están Óscar Jaenada, Fernando Tejero, Ella Kweku y Lidia Nené.

Basada en la obra teatral homónima de Guillem Clua, la película empezó a gestarse cuando en 2010 Martín-Porras daba clases de cine en Los Ángeles (EEUU) y una alumna le dijo que había visto un montaje de un autor español que le había dejado "impactada".

"Leí la obra y me dejó prendado. Me enganchó la originalidad del tema y cómo está contada", ha explicado el director, que ha presentado este lunes la película en la sección oficial no competitiva del Festival de Málaga.

Además, se identificó con el protagonista, Sálomon, "que ha cometido un error en el pasado por el que se arrepiente y no le deja vivir", porque "todos tenemos algo del pasado que nos reconcome y daríamos lo que fuera para volver y cambiarlo".

"Solo nos queda una herramienta, que es mentir", añade Martín-Porras, que se pregunta "qué validez tiene la memoria, que es lo más frágil que hay".

Optó por no precisar en qué país ocurre la película, porque "da igual y es lo mismo todo", pero sí quería que fuera en África, ya que le impactó cuando tenía 15 años cómo se contaba la guerra en Ruanda y, como después ya no aparecían más guerras africanas en los medios de comunicación, pensó que ya no había conflictos allí, pero al investigar descubrió que no era así.

Para afrontar su personaje, Óscar Jaenada estudió la "voluntariedad" de la foto que tomó años atrás en ese país y que desencadena la trama y utilizó otra foto periodística real, la de un niño en Sudán acompañado de un buitre que aguarda su muerte.

"No hay voluntariedad en mi personaje, pero sí en ese fotógrafo del niño y el buitre. Me planteaba qué habría hecho Sálomon. Crees que con la foto denuncias una situación, pero tampoco la denuncia sirve de nada, porque provoca indiferencia. Se están normalizando cosas como que lleguen muertos a nuestras costas", advierte Jaenada.

Por ello, el actor invita a "investigar dónde está la humanidad en esta profesión y en este momento".

Por su parte, Ella Kweku trabajó su personaje enfocándose "en la ausencia, cuando pierdes lo que más quieres en la vida", y para sentirlo "en su piel" recordó la muerte de su hermano cuando tenía 5 años.

Quería que la mujer a la que interpreta "tuviera vulnerabilidad, pero también que fuera fuerte, y que no tuviera el temor de mostrar esa fuerza, pero también la tristeza que lleva dentro, porque ha sufrido un trauma y necesita sacarlo", según Kweku, que asegura que este personaje le ha ayudado a "sanar" un dolor de su pasado.

Para Lidia Nené, en su papel "había dos fuerzas muy potentes, el instinto maternal y la guerra", y ambas le "quedan muy lejos" a ella, por lo que tuvo que documentarse.

"Un día, tuve una pesadilla de una guerra sin haberla vivido y comprendí que el personaje ya estaba en mí", añade la actriz.

Guillem Clua escribió esta obra "a partir de una reflexión sobre el periodismo, que solo tiene a las víctimas en consideración cuando necesita encontrar un icono del conflicto, como la niña arrasada por el napalm en Vietnam o el niño Aylan, y los medios de comunicación parecen competir en un concurso a ver quién encuentra esa imagen".

Para el autor, esta situación se repite ahora en la invasión de Ucrania, "mostrar el horror lo normaliza y nos inmuniza" y las informaciones periodísticas "nos están inmunizando cada vez más"