Crítica

Mejor cuanto menos ruido

Reseña de 'La furia', de Gemma Blasco, en la Sección Oficial a Competición del Festival de Málaga

Ángela Cervantes, en 'La furia'

Ángela Cervantes, en 'La furia' / La Opinión

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Málaga

LA FURIA

Dirección: Gemma Blasco

Guión: Gemma Blasco y Eva Pauné

Reparto: Ángela Cervantes, Àlex Monner, Eli Iranzo, Carla Linares, Salim Daprincee

Lo primero que vemos en 'La furia' es a una joven en el WC de una discoteca: tiene la regla y se está poniendo un tampón, para volver, a tope, a la fiesta (chunda chunda irredento), que se nos muestra como en un parpadeo algo molesto. Las imágenes se interrumpen con unos créditos iniciales inequívocamente à la Gaspar Noe: letras grandes, de rotundos colores, en rapidísima sucesión. Gemma Blasco lo tiene claro: desde el primer momento, sin prólogos, marca su territorio, nos lleva a un espacio incómodo, brutal, y discrimina con sus decisiones para encontrar al espectador que le interesa y desechar al casual. Es un comienzo indudablemente poderoso, eficaz, pero también uno que llama nuestra atención exageradamente, a gritos, de ésos que sólo se terminan justificando si el relato al que preceden redobla lo sugerido. Lamentablemente no es el caso.

La cámara de Blasco sigue durante todo el metraje, de una manera obsesiva y cercanísima, casi epidérmica, a esa chica violada, detallando sus frecuentes ataques de ansiedad y cómo aquellos pocos minutos en que transcurrió el abuso sexual (que no se enseña, para que empaticemos con la víctima, que no pudo ver a su atacante) la trastocaron para siempre. Pero no se traza un perfil psicológico ni se estudian las consecuencias del acto; asistimos, desde fuera, a sus efectos físicos, a su angustia, a sus vómitos, a su asco. La joven, Álex, se refugia dentro de sí misma para transitar el dolor pero termina encontrando en el teatro y en un papel, el de la vengativa Medea, el vehículo en que indigar en sus emociones oscuras y expresar su revancha.

Quizás sea eso, esta cierta ambigüedad a la hora de retratar cómo el dolor nos modela y nos permite llegar a sitios y creaciones más potentes (probablemente, Álex no habría llegado a protagonizar nunca la obra si no hubiera experimentado ese terrible sufrimiento), lo más interesante de 'La furia'. Y lo más incómodo y perturbador, más que ver cómo unas gotas de semen discurren por la pierna de la chica tras la violación o contemplar el despiece de un cerdo, excisión de genitales incluida. 

Sin embargo, por otro lado, la película agota pronto sus recursos expresivos, los sobreutiliza (por ejemplo, muchos planos se alargan demasiado, diluyéndose el efecto que pretenden) y, sin llegar a testar la paciencia sí cae en la redundancia, en la superposición de cosas ya vistas anteriormente. De ahí que en las dos conclusiones de la película, la hipotéticamente más brutal y la más metafórica, termine resultando más contundente y rotunda la segunda.  

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