Verde y Azul

No es fácil romper con el carbón

El objetivo de la descarbonización en 2050 encuentra trabas tecnológicas, económicas y sociales, y deja pendiente el sector del transporte, el mayor emisor de CO2

¿Es posible alcanzar la meta de un sector energético descarbonizado en 2050? Ese es el objetivo que se ha marcado la Unión Europea, con un peldaño intermedio en 2030, fijado por el Plan Nacional Integral de Energía y Clima (2021-2030), pendiente de revisión en Bruselas. Dicho documento prevé reducir la cuota del carbón en la generación de energía a un 30 por ciento, partiendo del 60 por ciento actual. Son objetivos necesarios para frenar el calentamiento global, pero su efectividad será muy limitada si los grandes emisores de dióxido de carbono de Asia no hacen lo propio –y no van encaminados hacia ello–, y si la medida no se extiende a otros sectores tanto o más contaminantes: el transporte y la industria.

De hecho, en ese entramado es el transporte, con una cuota del 26 por ciento, el que origina la mayoría de las emisiones de gases invernadero en España, mientras que la producción de energía aporta un 22 por ciento y los procesos industriales ocupan el tercer lugar, con un 16 por ciento. El sector energético es el más fácil de abordar, dado que ni somos capaces de hacer que los aviones vuelen y los barcos naveguen sin combustibles fósiles –y ambos son esenciales, para la industria turística y para el comercio–, ni hemos conseguido producir acero primario, cemento, ni vidrio primario sin carbón (los tres requieren temperaturas muy elevadas), y son productos de los que la sociedad no puede prescindir. Por el contrario, se ha avanzado mucho, tecnológicamente, en los procesos de generación de energías renovables (eólica, solar, biomasa, hidrógeno), aunque la transición a estas fuentes exige el protagonismo de la electricidad. Una electricidad limpia, sin térmicas. La descarbonización del sector energético pasa, a la fuerza, por su electrificación.

Chimenea de una central térmica | Miki López / Mara Villamuza / Irma Collín

«A nivel tecnológico ha habido un gran desarrollo de las renovables: en las que ya producen, como la eólica y la biomasa, y en otras, como el hidrógeno, que pueden contribuir a la electrificación», señala María Covadonga Pevida García, investigadora del Grupo de Procesos Energéticos y Reducción de Emisiones (PrEM) del Instituto Nacional del Carbón (Incar-CSIC), que trabaja principalmente en biomasa, para obtener gas de síntesis e hidrógeno, y para generar energía. «Desde el punto de vista técnico, la tecnología se desarrolla hasta un nivel en el que ya tiene que haber algo más: políticas incentivadoras, una parte económica. La tecnología está ahí; después, el desarrollo de cada tipo de energía ha dependido de muchas cosas». A título de ejemplo, cita una empresa del Reino Unido que se va a reconvertir desde un 100 por ciento carbón a un 100 por ciento de biomasa.

Reducción de emisiones en la generación eléctrica estimada para 2030: 44 Mt CO2-eq

«Es necesaria una adaptación tecnológica, pero ese cambio es una realidad», manifiesta. «La cuestión –matiza– no es la tecnología, sino cómo se alinean los compromisos políticos con el grado de implementación. Hay que ver si podemos llegar a los compromisos que nos estamos poniendo. La Unión Europea quiere la descarbonización del sector energético, pero luego está la automoción».

Dependientes del carbón

La realidad es que España sigue siendo muy dependiente de los combustibles fósiles. «Si vemos las gráficas de 2018, la energía eléctrica y las renovables representan el 40 por ciento, y están en clara expansión, pero el resto aún es no renovable», describe Pevida. «Hemos trabajado mucho en captura de CO2 y en usos limpios del carbón, ya que los combustibles fósiles se pueden usar de forma más limpia, pero con eso no se llega a las cero emisiones». Un problema añadido es que la demanda energética, que en el conjunto de Europa se ha congelado o ha decrecido, en España ha aumentado. «Tenemos mucho potencial de renovables y debemos seguir desarrollándolas. El problema es si llega un día en el que las eléctricas no pueden tirar de carbón y viene una ola de frío. ¿De dónde sacamos entonces la energía?», plantea. «La descarbonización radical no es posible y, menos, en un recorrido temporal como el que se ha marcado. Y no solo en Europa, sino a nivel mundial. ¿Es posible pasar a depender solo de las renovables en un plazo de treinta años? No», zanja la científica.

Más aún, en la persecución del objetivo común de reducir las emisiones de gases invernadero, «cada país, o cada zona económica, va por libre. Asia, India, están implementando el cuidado medioambiental al máximo, pero no con la intensidad con que se lo ha propuesto Europa, por lo que, al final, de poco sirve que Europa sea climáticamente neutra si los grandes emisores de carbono no actúan en consecuencia». A juicio de Pevida, «quizá la entrategia a seguir sería ir a un plan de transición e ir logrando que las renovables tengan back-up, un respaldo». A este respecto, destaca que las tecnologías «no son eliminatorias, son complementarias», y se pregunta, por ejemplo, «¿por qué no hay más instalaciones comerciales de captura de CO2?». «El desarrollo ha sido claro. Se llega al punto de comercialización, pero ahí el problema es el coste. Es lo que rompe la baraja. Algunos países, en vez de hablar de derechos de emisiones de carbono, están hablando de tasas de CO2. En Estados Unidos lo están planteando. Esto conlleva que empiecen a proliferar los proyectos a gran escala para la captura y el almacenamiento de CO2. Si no, además de lo que cuesta el proceso productivo, hay que poner dinero de más. El problema de llegar a escalas comerciales es político y económico; eso ha mantenido estancada la captura de CO2, ahora es todo renovable», concluye Pevida.

Un avión comercial | Miki López / Mara Villamuza / Irma Collín

Juan Luis López Cardenete, profesor extraordinario del departamento de Dirección Estratégica de la escuela de negocios (IESE) de la Universidad de Navarra, atesora una larga experiencia en el sector eléctrico: ingresó en Unión Fenosa en 1978, donde trabajó en las áreas de generación, combustibles y planificación, entre otras, y fue director general de la compañía y presidente de Unión Fenosa Internacional. Comienza por aclarar que «en la España peninsular, la electricidad ya está descarbonizada en dos terceras partes. Lo malo es que otros 20 puntos corresponden a la energía nuclear, que en un plazo breve, o no tan breve pero no lejano, desaparecerá. Entonces, esa cuota, que ahora oscila entre el 67 y el 70 por ciento descarbonizado, según los años, bajará a un 50 por ciento». También puntualiza que «toda la atención social y mediática» sobre la transición energética se vuelca en la electricidad, «que emite el 22 por ciento de los gases de efecto invernadero», dejando el 78 por ciento restante fuera de los focos. Y un tercer punto: «No sabemos integrar las renovables hasta el 100 por ciento; su tecnología es predecible, podemos saber cuánto vamos a producir, pero no sabemos gestionarlas. La electricidad 100 por ciento renovable nos genera problemas: no es firme, ni flexible, ni resiliente», afirma.

Nube de humo de una acería | Miki López / Mara Villamuza / Irma Collín

El gran impedimento en ese camino es el almacenamiento denso de electricidad, «que es imprescindible» y para el que, por el momento, no se ha encontrado una vía segura. «Se están probando 900 químicas diferentes, de nueve familias. Todas utilizan litio y siete de ellas usan cobalto». Y ambos elementos químicos presentan inconvenientes. «El litio es muy abundante y es reciclable, pero tal vez sea ‘cartelizable’, es decir, que pueda crearse algo similar a lo que es la OPEP para el petróleo, que lo encarezca al ver que sube la demanda», advierte López Cardenete. El cobalto, por el contrario, está muy localizado, con tres cuartas partes de las reservas en la República del Congo, «y Occidente está perdiendo el control de ese abastecimiento».

China descompensa el balance

Reducción de emisiones en movilidad y transporte estimada para 2030: 7 Mt CO2-eq

«La descarbonización es necesaria, pero hay desajustes», prosigue López Cardenete. «De las 37 familias tecnológicas que necesitamos, solo hay cuatro disponibles, y alguna de ellas de reciente incorporación. Lo mismo ocurre con la gasificación del carbón: libera recursos y favorece la competitividad; en Estados Unidos y en Europa, incluyendo los costes por las emisiones de CO2, el gas es más competitivo que el carbón». Esto atenúa el problema de las emisiones, pero no lo resuelve. Y, en cualquier caso, Asia va por otro lado. Y ese es un gran obstáculo para la descarbonización. «Cuando, en 2005, entró en vigor el Protocolo de Kioto, China emitía lo mismo que Estados Unidos. Diez años más tarde, cuando se firmó el Protocolo de París, las emisiones de China igualaban las de Estados Unidos y Europa juntos, y seguían creciendo. ¿A qué se debe esa subida? Si tomamos 2010 como año central entre Kioto y París, en ese año el PIB de China creció un 10.3 por ciento. Ese cambio se debió a la creación de 23 millones de nuevos empleos urbanos, y esos trabajadores no fueron solos del campo a las ciudades, sino con sus familias, por lo que se desplazaron unos 44 millones de personas, el equivalente a la población española, que pasaron de la miseria a la clase media. Ese año, el crecimiento del consumo de energía primaria en China fue del 9,5 por ciento, equivalente al consumo total de Alemania, que es la cuarta potencia mundial. Es la contrapartida energética del logro social de sacar de la pobreza a una población equivalente a la española», constata.

Instalaciones de una central hidroeléctrica | Miki López / Mara Villamuza / Irma Collín

Y hay que tener en cuenta que Asia hace un uso masivo del carbón. Así, incluso si Europa y Estados Unidos lograsen descarbonizarse en 2050, «dejarían intactas emisiones en el planeta incompatibles con los objetivos de control del cambio climático», manifiesta López Cardenete. Es un gran problema. Otro es el desperdicio de energía. «Aprovechando bien la energía primaria que ya consumimos podríamos mantener un crecimiento energético. Dos tercios de la energía primaria que consumimos en el mundo no llega a ser energía útil final, por razones tecnológicas, de tipo regulatorio y por hábitos de vida. Para resolverlo, debería dedicarse a ello la mitad del esfuerzo que se invierte en la descarbonización», advierte López Cardenete. Hay otras medidas posibles. Una de las propuestas que están sobre la mesa en Estados Unidos es la creación de una tasa para fiscalizar la huella de carbono, incluyendo los productos que entran en el país. La idea es que todo lo que se recaude por las emisiones de carbono sea devuelto, íntegramente, a la sociedad, a todos, per cápita. «Es una medida interesante para que la sociedad actúe conforme a la señal que le está dando».

Los hidrocarburos dominan la tarta energética

La tarta del consumo de energía primaria en España muestra una fuerte dependencia de los combustibles fósiles y una porción importante aportada por la energía nuclear, que, a su cese, dejará un vacío a cubrir. Las renovables ya poseen una cuota significativa y al alza, pero insuficiente para suplir a los hidrocarburos en 2050. La gráfica corresponde a los datos de 2015, proporcionados por el Ministerio de Industria, Energía y Turismo.

La electricidad lidera la reducción de emisiones

La tabla de la evolución de las emisiones de gases invernadero en España originadas en la generación de energía (medidas en miles de toneladas de CO2 equivalente), tomando como referencia el año 1990, muestra un pico en 2005 y una reducción sustancial en 2015, que debería mantenerse y potenciarse conforme al objetivo marcado para 2030. Según esos planes, el sector eléctrico será el que registre un recorte más drástico.

Luís Mario Arce

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