«Todo mi capital se reducía a unos quince zlotys (moneda polaca), una pluma estilográfica, una cámara, una bicicleta y una gran dosis de buena voluntad. Era consciente de que la empresa no podía ser calificada sólo de temeraria, sino que era directamente una locura, pero mis ansias de conocer África eran demasiado grandes para resistirme».

Con este comienzo tan quijotesco se inicia la aventura equinoccial de Kazimierz Nowak, un Alonso Quijano nacido en Polonia en 1897, quien a comienzos de los años 30 del siglo pasado y durante un lustro recorrió el continente africano por todos los medios alternativos posibles, en buena parte en bicicleta.

A pie y en bicicleta por el continente negro (África 1931-1936), resume esta simpar aventura, como venturosa fue la tarea del editor polaco, Lukas Wierzbicki, por reunir los apuntes y artículos desperdigados por publicaciones de la época, hasta publicar el volumen ya en este siglo, con el respaldo a la figura de Nowak de otro famoso polaco sin fronteras, el periodista Ryszard Kapuscinski.

La editorial Ediciones del Viento, especialista en libros de viajes, ha realizado la espléndida edición española, que incorpora decenas de las instantáneas realizadas por el excéntrico viajero polaco a lo largo de su aventura, que le llevó a cruzar de norte a sur el continente africano y una vez en Ciudad del Cabo, a desdeñar un cómodo regreso en barco en primera clase a Europa, propiciado por las autoridades inglesas y en su lugar, a emprender el regreso en su trasegada bicicleta, pero también a desplazarse a caballo, en canoa y en todo lo que se moviera.

Nowak regresaría a su patria y, lastrado por la enfermedad, fallecería un año más tarde, en 1937.

La aparición de una bicicleta por desiertos y selvas de África produce, en algunas ocasiones, el espanto del respetable, que a veces huye como lo hicieron los indios ante los caballos de Hernán Cortés, lo que nos da una idea del desarrollo del África de su tiempo. Estamos ante un libro de viajes que es pura arqueología y antropología a grandes trazos, una obra y un personaje que fascinaron a otro insigne polaco con muchos kilómetros en los huesos: el mencionado Kapuscinski.