Un muerto llamado Francisco Lláñez. Seis personajes que le trataron: un amigo, tres pacientes y un desconocido que se encuentran en la sala dos del tanatorio de San Blas. Y una gran duda: ¿lo mataron o se suicidó?

La historia de Las cuentas pendientes fue en origen un relato que la burgalesa Ana Matallana escribió, cuenta, «tras despertarme una noche de un sueño inquietante. No recordaba qué había soñado, pero tenía una sensación que necesitaba sacar y el resultado fue un relato llamado Sordidez que terminaba con un miembro de una pareja matando al otro por compasión. De ese germen surgió Las cuentas pendientes».

Lo más difícil, dice, fue «encontrar las voces». «Sabía que tenían que ser distintas y yo tenía muy claro que necesitaba un narrador diferente para cada una. Muchas pruebas, muchos descartes hasta dar con la tecla. Y después de encontrado el narrador tuve que encontrar la voz y la personalidad de cada uno sin que se desdibujaran las unas con las otras. Santiago, por ejemplo, fue un narrador muy invasivo. Tanto, que después de narrar con él tenía que dejar de escribir unos días porque su forma y su tono se me contagiaban al resto de personajes». comenta.

De los personajes creados, «con Santiago me llevé peor que con ninguno. Le acabé cogiendo cariño, pero es de los pocos que termina realmente mal. Creo que mi subconsciente acabó por castigarle. A Sonia le tengo especial cariño. Me costó mucho, muchísimo, encontrar su voz. Pero, sin embargo, creo que es una de las más puras, de las que más transmite, y estoy convencida de que es porque tiene mu- chas cosas mías, por lo que es quizá con la que más me desnudé, la más honesta. E Isabel/Marina fue para mí la más sencilla, simple y llanamente porque es mi voz narrativa», destaca.