En ocasiones la carga poética de las conversaciones de sus personajes resulta igual de masticable que el humo que desprenden las metralletas Tommy tras una ráfaga de disparos en Chicago, la primera novela del dramaturgo en casi dos décadas.

Guionista de Los Intocables de Eliot Ness, la película de Brian de Palma, Mamet regresa a Windy City, el mejor escenario de la Prohibición, para recrear una historia de asesinatos y venganza ambientada en los años veinte. Los lectores familiarizados con los thrillers laberínticos del gran dramaturgo americano se encontrarán en Chicago una tela de araña finamente tejida que sólo exige adaptarse a sus ritmos. Ése es, no obstante, el problema. Precisamente es ahí donde se abre el abismo que separa a los autores teatrales de los novelistas.

La dramaturgia es una especialidad cuyos mejores practicantes tienden a comenzar de jóvenes y rara vez se diversifican con éxito. Un gran número de distinguidos narradores, entre ellos Henry James, James Joyce y Graham Greene, trataron de escribir para la escena, pero se constiparon al hacerlo. Lo mismo ocurre con los dramaturgos: rara vez tienen suerte con la novela, siendo como es un género dotado de mayor amplitud, flexibilidad e indulgencia.

Arthur Miller, Bernard Shaw y Tennessee Williams fracasaron en sus intentos. Sólo Chejov y Beckett, que recuerde, han mantenido el tipo traspasando la frontera de los dos ámbitos. La explicación está en que se trata de géneros que obligan a los escritores a esfuerzos muy distintos. Por ejemplo, las novelas cuentan una historia, las obras de teatro se limitan a mostrarla. Las primeras consisten principalmente en descripción, no en diálogo. Informan sobre el mundo en el que están ambientadas, generalmente con profusión de detalles. El mundo, en la obra teatral, se reduce al escenario. El espectador aguarda de los personajes parrafadas inteligentes, pero el discurso se puede venir abajo si a continuación no sucede nada. En Chicago los movimientos son lentos pero reveladores, impulsados por unos diálogos que conducen hacia adelante la historia cuando la trama no parece avanzar de modo convincente y el lector está a punto de perder la paciencia.

La novela de Mamet no es convencional, pero sí lo que encierra: una historia de detectives arquetípica. Rastrea el amor y la verdad de su héroe, primero en el apasionado romance con la hija de un florista de origen irlandés, posteriormente con la búsqueda de sus asesinos en una ciudad gobernada por Al Capone y la mafia de Dean O’Banion. Mike Hodge, el protagonista, es un antiguo piloto de caza de la Primera Guerra Mundial y reportero de sucesos del «Chicago Tribune», dedicado a cubrir la información sobre las bandas rivales de italianos e irlandeses. Él y sus compañeros sólo encuentran consuelo en la perseverancia contra el crimen y en el alcohol: los acontecimientos lo conducen directamente a hundirse en un pozo de dolor, whisky y opio, después de confirmar que el mal es algo que decide el sujeto que empuña el arma y te encañona con ella.