Vaya por delante la feliz advertencia de que Hola, Melón (El grifo del Rompeolas) es una novela descacharrante, un vía crucis vertiginoso y delirante. Es una novela completamente loca, sabiamente desequilibrada, porque su autor ha sabido derrochar la cordura necesaria para armar sus historias y personajes con maestría. Cristóbal Ruiz cruza las tramas y resuelve el sinfín de frentes abiertos con la invisible precisión de un alquimista.

De salida, la omnipresencia de Lavapiés y el empleo de este extenso microcosmos como el órgano vital que insufla todos sus latidos a la novela puede entenderse como un arma de doble filo. Como un exceso peligroso que concede al emblemático barrio la categoría de personaje o, incluso, de protagonista de la narración. Pero no nos llevemos a engaño. El escritor malagueño afincado en Madrid ha sabido manejar esta carga explosiva en su justa medida y con suma inteligencia.

Aunque podía echar sobre sus espaldas una responsabilidad tan estelar, Lavapiés no necesita asumir ningún rol especial para que su silueta real se antoje como imprescindible. Fiel a las intenciones que el autor ha confesado en esta dirección, los verdaderos protagonistas son sus numerosos personajes por separado, uno a uno. Todos ellos encajan con la libertad de los recortables que conforman un collage. Desnudan sus almas y sus anhelos, sin más pretensión que la de ser sinceros practicantes del deporte olímpico de la supervivencia y la picaresca.

Y, quizás, esta danza de almas curtidas por el asfalto es lo que realmente emociona y comueve. Atrapa al lector hasta hacerlo partícipe de tan multitudinario festín literario. Lo hace reír y llorar. Aunque suene a las características principales que conviven en la gama de una marca de turrones, Hola, melón es una novela tierna y dura al mismo tiempo. Y el ingrediente que redondea la receta no es otro que el humor, esa materia en la que Cristóbal Ruiz acumula los galones que atraviesan sus décadas y kilómetros de escritura como narrador literario y como guionista de cine y televisión. De hecho, su pericia narrativa nos recuerda una vez más que ciertas realidades y tanta crudeza solo se hacen soportables con sentido del humor.

Dice Javier Fesser, junto a quien logró en 2015 el Premio Goya al Mejor Guión Adaptado por Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo, que el surrealismo de este letraherido malagueño «es como el oro, no tiene precio». Y, tras su tercera novela, queda claro que tal máxima no milita en el cumplido o el elogio facilón.

El novelista que sorprendió, a finales de los 90, cuando Espasa le publicó El loco Wonder, ha seguido creciendo hasta encontrar en la editorial malagueña EDA Libros el trampolín desde que saltan sus novelas. Hace cuatro años, reapareció con El arcángel (La canción del hijoputa) para retomar una senda que toca su cumbre con la recién estrenada Hola, Melón, gracias a una experiencia narrativa que da rienda suelta en sus más de 500 páginas a un estilo necesario. A una forma de escribir única. A un realismo tan mágico, costumbrista y castizo como el multicultural Lavapiés que jamás necesitó llegar a ser barrio de moda para despertarse cada día tan puro, salvaje y auténtico.