Mirar adentro desde fuera y de manera lúcida es lo que nos distingue de los autómatas que lo hacen desde la perspectiva con la que la información los ha programado. Igual que nos diferencia de quien sólo tiene un único campo de visión y de los que bajan la cabeza porque prefieren no ver. Estas son las miradas que convergen en la sociedad que los poderes financieros y políticos están deconstruyendo en beneficio de la sumisión y de la falta de criterio. Y parte de la responsabilidad de que esto suceda recae en el periodismo. Un oficio que lentamente ha ido perdiendo prestigio, sometiéndose a las exigencias de la inmediatez y de la mutación de las redacciones en debate, en permanente búsqueda de primicias y de identidad diferencial, en templos de culto al tag, y al clickbait, repletas de pantallas que capturan al minuto las palabras que los usuarios buscan, los temas que se superponen veloces en la curiosidad banalizada de la gente, y que obliga a los periodistas a una competición por ser los primeros en ofrecer nubes, espejismos de humo, fuegos artificiales, rumores en bola, fake news, lo efímero de lo insustancial. La información de calado, su análisis, su envés humano, sus vínculos con la memoria de hechos anteriores no importan. Pocos se preocuparon durante el 15M en reflexionar su paralelismo y contradicciones con el mayo francés del 68. Lo mismo que casi nadie ha abordado las huellas del trato a los republicanos españoles en Argelès con lo que sucede hoy en los Centros de Internamiento de Emigrant.es (CIE). La memoria ya no se valora como huella. Tampoco el lenguaje es la rúbrica de la mirada ni la experiencia el privilegio del criterio, del escepticismo, de la indagación y la resistencia ante lo aparente, lo uniformado, lo regulado en un discurso oficial. El periodismo ya no es Camus, sino una labor burocrática.

estas son las razones por las que de vez en cuando en la última década aparecen ensayos apocalípticos acerca de la rebeldía intelectual del ciudadano, sobre la muerte del periodismo o la necesidad de recobrar la mirada lúcida que defendía Camus, y que es la esencia y la pólvora, la yesca y la dinamita de un pequeño explosivo de bolsillo para conciencias descontentas e inquietas cuyo título es La mirada lúcida. Una evocación del escritor y periodista francés-argelino que le exigió a su amada profesión de vida lucidez, desobediencia, ironía y obstinación, al igual que tres vértices: precisión, conciencia y misterio. A partir de estas precisas, Albert Lladó, desbroza la actual jungla del copia-pega de teletipos, declaraciones y confidencias de wassaps y retoma la exigencia de una agenda propia, la capacidad de escuchar los silencios dentro de las noticias y de los hechos, y de aventurarse a seguir las huellas de lo que la intuición enfoca. Es decir, que el periodista se transforme en un detective que explore las fisuras de las afirmaciones, el interlineado de los eslóganes, lo que esconde la función aséptica de las palabras y lo que oculta el ruido de la mercadotecnia, el grito de la comunidad, los discursos de molde. Y también que se cuele en la trastienda del término fetiche de nuestra época: la transparencia.

no es fácil ser un héroe rebelde, como demandaba Camus, en la sociedad del cansancio, del miedo, del acontecer del acontecimiento, de la idolatría y la servidumbre, de una independencia de criterio y de lenguaje que carece de valor cuando lo que domina es el prestigio de la innovación tecnológica y a la vez lo anodino y lo igual. Aún asi, y como buen heredero, yo también me lo siento, de Camus de El primer hombre, Albert Lladó empuja al lector a tomar cartas en este asunto del periodismo viejo reinventando con ironía y obstinación en el nuevo periodismo. El que el maestro, él, yo, y algunos más, consideramos que debe servir para transformar la información en una experiencia que nos aporte luz, palabras nuevas que nos ayuden a entender mejor la tragedia que nos rodea, a liberarnos de la curiosidad basura y alimente el resorte de una conciencia desde la que pensar, significarse y rebelarse. Tanto el periodista como el ciudadano que se asome a lo real y lo combata con lúcida mirada.