Una araña en el corazón. El dolor es la seda de la ausencia que teje dentro el vacío del que se fue, su rastro entre los hilos, las preguntas que se quedan pegadas, la ausencia que sólo puede traducir un lenguaje que sangra mientras esa araña devora todo lo que la muerte dejó de la vida. Tanto se ha escrito de este difícil e intransferible proceso que la literatura se queda chica, se encoge antigua, se busca a sí misma a través de la savia nueva de los lenguajes sobe lo íntimo de los que llegan. Es el caso de Elisa Levi, una joven narradora que debuta procedente de la poesía con relecturas de la mitología clásica y en la que la tristeza y la incomprensión del suicidio están presentes. Casi podría decirse que "Perdida en un bol de cereales" es la esencia lírica de lo que el lector va encontrar en su primera novela "Por qué lloran las ciudades": el desgarro, la melancolía, la necesidad de reconocerse a uno mismo, las diferentes maneras de pertenencia.

no suelo escribir de primeros libros. Sólo lo he hecho cuando me ha llamado la atención la semilla de fuerza, la personalidad y la capacidad de crecer liberándose de lo naif y los estereotipos. Fueron, entre algunos otros, los casos de Cristina García Morales, con "La merienda de las niñas" y de Lara Moreno con "Cuatro veces fuego". Me sucede ahora con este libro rompecabezas entre el diario de duelo, el cuaderno de viajes y la narración de una cámara invisible de Elisa Levi, en cuyas páginas va contando el suicidio de Denis, su gemelo espiritual, su encaje de abrigo ante el mundo, sus conflictos y orfandad en Tokio. A su funeral acude para despedir y reencontrar al amigo/hermano, el Adán de esa Eve, de "Sólo los amantes sobreviven" de Jim Jarmusch- fantástica película- con la que Ada, la protagonista, se identifica en un constante anclaje con el cine, también está la Scarlett Johansson de "Lost in translation" de Sofía Coppola. No es baladí ninguna de la películas ni sus directores, ya que las estéticas de ambos, sus ritmos lentos, las soledades que laten en esas vidas que narran y huyen, que se buscan y se detienen, sus miradas alargadas dentro de la burbuja de ese no lugar que es el limbo, están muy vivas en las atmósferas, en las angustias, en el lenguaje de Elisa Levi que va tensado esa tela donde la araña es la destrucción y el origen, la necesidad de oxígeno que la protagonista busca a través de la nostalgia y de un amor como complicidad, fracaso y redención..

la apuesta de la nueva aventura de Temas de hoy, es la radiografía de una generación que hace de la amistad una forma de familia, sobre el sentimiento de pertenencia que sólo se arraiga en el viaje, en cualquier espacio en el que la libertad sea posible y no haya que huir de nada que recuerde a los padres, al cordón umbilical de Denis con su madre. Y están también la adición a las drogas como escape, y la necesidad de encontrar un sitio propio en el mundo. Da igual que sea Tokio, Copenhague, Madrid, dentro de una canción de Bowie o de Lesley Gore, en las que el amor sea una intimidad existencial en la que reconocerse en otro que no intenta cambiarte, que simplemente te deja ser tú y eternamente joven. Ese es el espíritu Werther que late en esta novela con el desasosiego del mundo emocionalmente frio de Japón, con el sexo como antídoto del duelo, la culpa, la homosexualidad, la construcción de la identidad, la manera de sostenerle el pulso a la ausencia y a la felicidad, a lo que no se dice, a lo que se rompe, a la muerte a la que es necesario darle un sentido para salir adelante. Hilvanado todo por una música que es la sombra interior del lenguaje, y una poesía que funciona pero es demasiado mimética con otras voces de su generación, aquejadas de cierto adolescentismo tópico y sin deslumbramiento para sentir que el dolor también tiene su rumbo. Interesa mucho más la naturalidad y personalidad de la prosa de Elisa Levi. En ella está su fuerza y su promesa.