Miguel Ángel Aguilar es periodista desde hace más de 50 años. Eso lo ha convertido en un privilegiado testigo de la historia de España, desde los estertores del franquismo hasta la llegada de la democracia, su desarrollo y la Transición. Su currículo profesional es, a todas luces, envidiable: pasó por el Diario Madrid, cerrado por la Dictadura; fue director del Diario 16, redactor de política de El País, director de información de la Agencia Efe y colaborador de numerosos medios, desde los primeros años de Telecinco hasta la Cadena Ser, donde cada día resume su particular punto de vista de la actualidad con su Telegrama, dedicado a una personalidad destacada del día. Con En silla de Pista, editado por Planeta, Aguilar realiza una soberbia crónica panorámica de un periodo fascinante y relata episodios que van desde los últimos fusilamientos al amanecer del franquismo, sus enfrentamientos con el León de Fuengirola, el exministro de Trabajo y camisa vieja José Antonio Girón de Velasco, incluso en los tribunales debido a sus atrevidas informaciones; la agonía del Generalísimo, cuando se leían los partes en El Pardo y La Paz; los primeros pasos del Gobierno de Adolfo Suárez, con la aprobación de la Ley de Reforma Política, las primeras elecciones libres en más de cuarenta años y los trabajos de la Comisión Constitucional al día a día de una joven democracia. También informó desde Lisboa de la Revolución de los Claveles que acabó con el régimen salazarista o en El Aiún cuando Marruecos organizó La Marcha Verde. Pero de todos los episodios que ha vivido este indómito periodista, que jamás se plegó a intereses empresariales o políticos de clase alguna, destaca el golpe del 23-F, orquestado por el búnker franquista. Pasó esas horas en las que la democracia estuvo en el alero, dentro del Congreso de los Diputados. Como él mismo dijo en su presentación: «Lo viví desde la tribuna de prensa, donde la mayoría de los periodistas habían desertado para irse al bar. La excepción aquel día fue lo que me señaló el general Gutiérrez Mellado». Ambos observaron la heterogeneidad de los uniformes que llevaban los números de la Guardia Civil que habían asaltado el parlamento español, tricornios, viseras, boinas, botas altas, zapatos, correaje y anorak. «Todo eso denotaba que no procedían de una sola unidad, que eran personal de aluvión y que no estaban bajo las órdenes de sus mandos naturales. Era una improvisación y de eso se derivaba una debilidad de encuadramiento y una esperanza de que, si la situación se prolongaba, rompería la disciplina y se proclamaría el sálvese quien pueda», dijo a Europa Press en una entrevista. Sus momentos más desoladores fueron, como él mismo ha reconocido, cuando, junto a un aguerrido grupo de periodistas, se saltaron todos los controles previstos de la prisión de Carabanchel para llegar al Hoyo del Manzanares, donde escucharon los últimos fusilamientos del franquismo. Allí fueron ejecutados tres miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota (Frap) y dos de ETA. «Recuerdo a los hombres metidos en unos ataúdes de madera sin barnizar, un jersey en el que se veían los orificios de los disparos y la sangre goteando, las familias viendo los cadáveres. Es tremendo. En el libro he querido narrar lo que yo he vivido de forma directa, es lo que le añade valor, que no es una especulación directa», explicó. Licenciado en Ciencias Físicas y en Periodismo, desde su silla de pista contó cómo se creaba ese monumento a la concordia que fue la Constitución, «menos lobos Caperucita y señores del populismo. Hagan ustedes un esfuerzo intelectual de recuperar lo que ahí se hizo y conseguir cosas dificilísimas como fue el cambio de libertades de las fuerzas armadas», dijo. Genio y figura.