Han pasado 36 años desde la muerte del dibujante belga Georges Remi, conocido universalmente como Hergé, y más de cuatro décadas desde que se publicara el último álbum de Tintín, uno de los grandes mitos del cómic del siglo XX. El tiempo no ha restado ni un ápice de encanto a las aventuras del joven reportero belga, que durante décadas han fascinado a distintas generaciones de lectores de todo el mundo. Un excelente trabajo de aproximación a ambas figuras -el autor y su criatura tebeística- es el ensayo El siglo de Tintín, escrito hace unos años por Fernando Castillo, y reeditado ahora por Fórcola en una edición corregida y aumentada bajo el título Tintín-Herge. Una vida del siglo XX. El libro (que, por supuesto, se disfruta mucho más habiendo leído previamente los álbumes de Tintín) aborda una biografía en paralelo tanto del dibujante como de la trayectoria de su afamado personaje, en ambos casos decisivamente moldeadas por el convulso devenir del siglo. De raíz católica y juventud de boyscout, Hergé se inspiró en los valores de la caballería medieval y los principios de la Revolución Francesa para crear a Tintín, un personaje cuya primera aparición data de 1929 en Le Vingtième Siècle y que encandiló en años sucesivos a los lectores, al tiempo que desconcertaba a muchos sectores de una sociedad que no comprendían cómo el héroe de las tiras podía ser un joven al que no se le conocían lazos familiares y que vivía de forma independiente, sin más compañía que la de su perro Milú. Castillo disecciona la evolución vital de Hergé, que, claro está, se refleja claramente en los álbumes de Tintín y en la propia personalidad del personaje. Así, de las infantiles historietas de corte anticomunista y colonial de los primeros años (fruto de la influencia del abate Wallez, director de Le Vingtième Siècle) se pasa a aventuras más maduras, donde el comprometido reportero viaja a una China amenazada por Japón (eran los años de la Guerra de Manchuria) o brega con el régimen autoritario de la imaginaria Borduria (un país que se asemeja a la Alemania nazi).

La Segunda Guerra Mundial fue también un acontecimiento que marcó profundamente la vida de Hergé. Su amistad con el líder belga Léon Degrelle, que apoyó el nazismo, y su relativa actitud colaboracionista con las autoridades alemanas que ocuparon Bélgica de 1940 a 1944, le pasaron factura durante un tiempo. Además, en los años de la contienda, Hergé embarcó a Tintín en aventuras y alejadas de cualquier contexto político, lo que no quita para que fueran historias excelentes (de las mejores del personaje), con la consolidación o aparición de personajes claves como el capitán Haddock o el profesor Tornasol. Ya en los años 50 y 60, los álbumes pasarían a reflejar el marco de la Guerra Fría, con tramas de espionaje, científicas (el viaje a la Luna) o incluso introduciendo elementos de ciencia ficción. Los años y los acontecimientos geopolíticos convirtieron a Hergé (que sufrió además episodios depresivos y de agotamiento por su intenso ritmo de trabajo) en una persona políticamente más descreída ante un mundo tensionado por el enfrentamiento entre Estados Unidos y la URSS, algo que también trasluce la actitud de Tintín en sus últimas aventuras (la última acabada es de 1976). El trabajo de Castillo es excelente: un festín para los amantes de Tintín que buscan conocer los raíces del personaje y una excelente puerta de entrada a unos álbumes que forman parte de la historia del cómic.