En la vieja geografía, Panonia, fundada por los romanos alrededor del 103, figura como una antigua región de Europa limitada al norte por el río Danubio y al sur por Dalmacia. Mika Antic, poeta, director de cine, periodista y pintor, cantó a la llanura panónica de los húngaros, rutenos, serbios y germanos, que encerraba diferentes lenguas y sonidos.

Barrida por los vientos de la historia, en Panonia se posan los ojos de los viajeros melancólicos que la recorren sin poder abstraerse de que en las granjas desperdigadas al norte de Backa pasean pollos cuyos antepasados pertenecieron a los alemanes que constituían la mayoría de la población. ¿Dónde fueron a parar después de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué ha sido de sus descendientes? ¿Por qué ya no se habla su idioma entremezclado con los dialectos locales?

La historia la escriben los ganadores y así, tras la guerra, los comunistas escribieron la suya. Aleksandar Tišma (Novi Sad, 1924-2003) explica qué pasó con los perdedores en la novela Lealtades y traiciones. De madre húngara y padre serbio, Tišma, uno de los grandes escritores yugoslavos del período de posguerra, pasó la mayor parte de su vida en Voivodina. Se graduó en inglés en la Facultad de Filosofía de Belgrado. Después de completar sus estudios, trabajó en el diario Slobodna Vojvodina, en Novi Sad, y luego en la editorial Matica Srpska. Además de ejercer el periodismo, también fue un escritor prolífico de novelas y libros de viajes. Ganó unos cuantos premios de literatura, entre ellos el Andric. Combatió en la guerra, y la guerra jamás dejó de ser un tema común en su obra. Pero en su escritura no hay batallas, sino la derrota del hombre después de librarlas o haberlas padecido: su dignidad destruida y el desplome de los sentimientos. La guerra no tiene sentido: en ella sufren las víctimas y también los verdugos.

En Lealtades y traiciones, cuenta el devenir de tres familias de Novi Sad justo antes del estallido del segundo conflicto bélico: los Rudic, los Patak y los Schultheiss. Serbios, judíos y alemanes con un dolor y ansiedad comunes que consiste en cómo sobrevivir a la bestia que amenaza con tragarse esa parte del mundo. Voivodina encarnaba antes de la conflagración un crisol de culturas, costumbres, creencias y hábitos, además de un ejemplo de buenas relaciones entre los vecinos. Más tarde el miedo, el resentimiento y la desconfianza se encargarían de acabar con la convivencia.

Tišma cuenta su historia a través de la visión retrospectiva de Sergije Rudic, intelectual serbio de una respetable familia de dentistas que adquiere propiedades gracias a la nacionalización comunista de las viviendas alemanas, que los herederos reclaman en la década de los sesenta.