¿Para qué sirven los sueños? ¿Qué pasadizos abren entre el universo onírico de los símbolos y los presagios, y la realidad en la que todo sucede como un estallido? ¿Soñamos con nosotros como si fuésemos otros con los que sólo podemos dialogar en esa enigmática frontera? Y los países ¿también ellos sueñan? A orillas del mar, en el hotel de playa Arco iris, Daniel Benchimol se hace estas preguntas conforme sueña con hechos y con personas que luego la realidad le desemboca en la vigilia. Unas veces son políticos como el angoleño Jonás Savimbi y el dictador libio Muamar Kadhafi -sin que sepamos en qué entrevista fueron más concisos, si en la de verdad o en la que hizo en sueños-. La duda en forma de hilo de seda que recorre este puzle de sueños y de voces que los interpretan o los responden, La sociedad de los soñadores involuntarios. En su trama, el escritor y periodista José Eduardo Agualusa, juega con el doble de Borges y con sus ruinas circulares, mediante las aventuras oníricas de los personajes que favorecen la construcción de sus vidas o las entrelazan a un mundo de fantasmas, de deseos, de fracasos, de soledades que encuentran su reflejo en Angola, el país rehén de la violencia política de un régimen que tortura y asesina. La respuesta de una resistencia a esa crueldad y las manifestaciones pacíficas al estilo Ghandi, también aparecen en esta novela de deliciosa prosa, limpia, sugerente, poética en las atmósferas de su lenguaje, y en la edificación de los personajes principales y sus relaciones.

Moria Fernández, la mujer desnuda que cruza por dentro de los sueños, los suyos y los de otros, para fotografiar sus sombras y que en la realidad busca encontrar su verdadera identidad; Benchimol el periodista divorciado y escéptico; el científico Hélio de Castro obsesionado con una máquina capaz de filmar los sueños, y el inconformista ex guerrillero de la UNITA Hossi Apolónico Kaley, dueño del hotel Arco iris y herido por un amor perdido que porta como una cicatriz. También ellos lo sueñan a él, al periodista consciente de lo difícil que resulta averiguar la verdad, si es que existe, y que intenta liberar a su hija Lucía, Karinguiri, el pajarillo de Benguala como él la llama, prisionera del régimen. Todos juntos entre dos mundos y en ese hotel donde cada uno intenta reinventar su vida. Porque La sociedad de los soñadores involuntarios es una fábula sobre la necesidad de contar historias para combatir lo inquietante de la realidad, entender las personas que fuimos antes, las contradicciones y renuncias por miedo, el fracaso del pacifismo y de la fantasía para hacer frente al abuso del poder de las políticas y sus represiones. Actitudes y emociones que Agualusa enhebra con una Sherezade como voz nuclerar de cuyo centro narrativo fluyen las historias a las que se asoma, como si mirase a través de una ventana, y a las que permite que sean su protagonistas quienes las cuenten cada cual con su desgarro y su lirismo, sobre sus amores divididos o cómplices según el posicionamiento político, sus luchas por salir adelante o por matar a alguien que se esconde en la cabeza de otro. Policromía sentimental, choques filosóficos, vidas humanas, el dolor de saber que no se puede mentir acerca de nada cuando se está desnudo. Cada historia un punto de vista -son los ecos del alejandrino cuarteto de Durrell-, versiones diferentes que se relacionan o se modifican, los lados que puede tener una verdad manchada siempre de sombra.

Agualusa escoge bien sus criaturas: investigadores, médicos, militares, ladrones, guerrilleros, gentes como Armando Carlos, Jamba, Jean Mpuanga, y los baraja poéticamente y con aristas con sus fantásticos protagonistas Hossi, Moira y Karinguiri, que son el eje junto con Benchimol, de este estupendo conjunto de relatos de sujetos soñados, que se van completando con mensajes, melancolías amorosas y rebeldes decisiones contra lo que nos paraliza y contra una dictadura militar, hasta conformar una historia coral para encontrar soluciones a problemas que nos preocupan mientras estamos despiertos.