Ese conjunto de ensayos los divide en tres partes precedidas cada una de una breve introducción y en las que trata respectivamente de la importancia radical que supone su condición de «escritor que escribe y vive en Cuba» para poder comprender y valorar su obra novelística; su concepción de la novela y el análisis de su propias obras y su temática, incluido el cómo se hizo de cada una de ellas. Y la tercera parte agrupa los ensayos que dedica a su especial manera de entender algunas de las grandes obras de los más importantes novelistas cubanos.

Padura sigue viviendo en un barrio extramuros de La Habana, Mantilla, en la casa que construyó y en la que vivió su abuelo, su padre y él continúa habitando ahora. Y padece, a pesar de su éxito literario expresado en los numerosos premios que ha obtenido dentro y fuera de la isla, las mismas carencias y dificultades que sufren todos los cubanos.

En los ensayos de la primera parte del libro resalta la radical esencialidad que para todos los escritores cubanos ha tenido escribir desde una isla, aunque fuera desde el exilio como fue el caso de muchos de ellos, al que les condujo su nacionalismo en oposición a la potencia colonizadora correspondiente, bien el imperio español bien la potencia yanqui que con la Enmienda Platt que hizo de Cuba una potencia intervenida ya que el nuevo estado surgido tras la guerra contra los españoles y los norteamericanos, tenía que recibir la aprobación de sus leyes del Congreso norteamericano. O desde fuera de Cuba desde 1959 por su oposición al castrismo y el aislamiento que introdujo la revolución cubana y forzó el cerco norteamericano. Ese aislamiento secular surgido de su insularidad: el agua por todas la partes del mencionado verso de Virgilio Piñera constituye para Padura paradójicamente el factor decisivo que ha marcado la tendencia hacia la universalidad a los grandes autores de la a literatura cubana. Esa inclinación hacia la universalidad conjugada con un profundo sentido de la pertenencia que simboliza en su barrio Mantilla y en el Malecón está también presente en la novelística de Padura, como demuestran los ensayos que contiene la segunda parte del libro al referirse al contenido y finalidad de sus novelas: como el asunto de la perversión de la utopía igualitaria del siglo XX en su novela El hombre que amaba a los perros sobre Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. O el derecho del hombre a ejercer su libre albedrío en Herejes o la búsqueda de las fuentes originales de su identidad cubana en La novela de su vida acerca de la vida de José María Heredia, el gran poeta cubano del siglo XIX. Pero «un escritor cubano que escribe y vive en Cuba» no podía dejar de referirse a las consecuencias y límites de la implantación del castrismo en Cuba en sus obras de la serie del policía y después vendedor de libros Mario Conde. Conde es algo así como su alter ego o un testigo privilegiado de su generación con una mirada crítica y lúcida del desarrollo de la revolución cubana y sus efectos sobre la población. Mirada en la que expone la gran ilusión que despertó en aquella generación que nació con ella y la desilusión que, según el novelista, les terminó causando por sus efectos negativos y magros resultados, sobre todo, a partir de los años noventa con la caída de la Unión Soviética y sus consecuencias para la Cuba castrista. Quizás de este conjunto de ensayos uno de los más interesantes sea aquel en que Padura nos relata las etapas de la evolución de la política cultural del castrismo, analizando sus fases y las diferentes actitudes que el régimen socialista cubano mantuvo hacia la cultura: desde la cerrazón y la persecución hasta la postura más abierta y flexible que mantuvo hacia ella en otros momentos.