En los años 90 David Lodge saltó a la fama en España por El arte de la ficción, un concienzudo manual sobre teoría literaria que escudriñaba en el taller de reputados novelistas clásicos. Con ¡El autor, el autor!, publicado en 2004, ofreció la biografía novelada de uno de esos grandes maestros analizados en su famoso ensayo: Henry James.

Ahora lo ha vuelto a hacer, esta vez con una voluminosa novela de casi 600 páginas, que juega con el título de El hombre sin atributos, la monumental obra de Robert Musil que retrata la descomposición de Kakania, trasunto del Imperio Austrohúngaro. Porque la novela en cuestión, publicada en una estupenda edición por Impedimenta, es Un hombre con atributos, la biografía novelada de H.G.Wells, el novelista británico que escribió tres obras maestras casi fundacionales de la ciencia ficción: La máquina del tiempo, La guerra de los mundos y El hombre invisible.

El título nos da una pista de los derroteros por los que nos llevará esta terrenal novela, porque los atributos a los que se refiere son los masculinos de Wells, que al parecer estaban por encima de la media.

La biografía novelada de Logde es una vuelta de tuerca a las que hicieron mundialmente famoso a Stefan Zweig, una inmersión poco frecuente en la turbulenta vida literaria, social, familiar y sexual del biografiado, que fue un acaparador de amantes. Pero el propósito no es el de asemejarse a ningún tabloide de Gran Bretaña, sino el de ofrecernos las enormes contradicciones de este afamado autor que trató de reformar las condiciones de la sociedad de la época (perteneció a la Sociedad Fabiana) y que defendió una utopía socialista que incluía el amor libre, aunque, todo hay que decirlo, en su personalísima visión de las relaciones sexuales los hombres eran bastante más libres que las mujeres.

El H.G.Wells que describe Lodge es más de carne que de hueso, el hijo de una sirvienta, criado en una gran casa de campo, que consiguió dejar atrás los humildes orígenes para convertirse en un novelista de fama mundial, aunque su pasado no le abandonara, como demostraba el acento cockney del que nunca logró desprenderse.

Lodge comienza la novela por el final, los últimos años de Wells, en una ciudad de Londres acosada por los bombardeos nazis para, a partir de ahí, emprender el reto de construir con pericia, marcando los tiempos, toda su vida desde la infancia, a veces, con el travieso pero conseguido artificio de enfrentar a Wells a un careo con su inquisidora conciencia.

Pese a las 600 páginas, la novela no pierde el ritmo y crece en interés cuando constatamos que los amoríos casi enfermizos del autor son la excusa de Lodge para ofrecernos un enorme fresco de la hipócrita sociedad victoriana y eduardiana, que un escritor como Wells, pese a sus gigantescas contradicciones, trató de reformar. Fue consciente de que movimientos como el socialismo y el feminismo se instalaban en el siglo XX para dar un simbólico portazo al siglo anterior.