En unos días hará 19 años que nos dejó Carmen Martín Gaite, la mujer que hizo de la escritura su pasión dominante. Ella lo repetía como su gran lema vital: «la literatura nos salva la vida». En todo caso su narrativa, auténtica y profunda, se ha salvado y mantiene y prolonga su vigencia.

Martín Gaite, como sus compañeros de aquella generación de niños de la guerra, los Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre, Josefa Rodríguez, Juan Benet, Jesús Fernández Santo... se inició en la literatura a través del género del cuento, que insertaba en las revistas literarias de entonces, «donde un cuento nos lo pagaban entre 75 y 100 pesetas. La verdad es que nadie nos hacía demasiado caso, pero no había prisa. Sin saber tal vez demasiado bien lo que queríamos», recordaba la propia autora.

El cuento fue siempre un género permanente en los más de cincuenta años de actividad literaria de Martín Gaite. Ahora Editorial Siruela, en una magnifica edición, prologada y cuidada por José Teruel, -el mejor conocedor de la obra de Gaite- publica Todos los cuentos, que recoge toda su narrativa corta.

Son veintiocho cuentos, desde aquel inicial Desde el umbral, de 1948, hasta El otoño de Poghkeepsie, de 1985, que la propia Martín Gaite definiría como «un cuento autobiográfico». Van desde los primeros tanteos literarios propios de quien empieza hasta la madurez, que trae consigo la más absoluta libertad narrativa, la ruptura con una rígida concepción de los géneros y la cada vez más presente figura del yo. En todos se colige el realismo y la intensidad psicológica como referentes, la amenidad y la continuidad emocionales como modos de escribir.

En todos aparece siempre la obsesión por la incomunicación, esa dificultad para encontrar en el momento adecuado a la persona adecuada, la busca del interlocutor. También, la diferencia entre lo que se soñó en algún momento que iba a ser la vida, que hubiera podido ser la vida, y lo que resultó en la realidad; y también los temas de infancia: el mundo de los niños, donde todo es más fresco, cuando el proyecto de vida futura, los suenos, no se ha frustrado todavía. Y una cosa más, el apego a los lugares.

El recreo, el goce está especialmente en los Cuentos Últimos: El llanto del ermitaño, Sibyl Vane, Donde acaba el amor y, sobre todo, Flores malva, un cuento con aires de Modiano, («Patrick Modiano es de estos escritores que se te meten en el alma», decía Martín Gaite), donde el narrador quiere salvar del olvido una visión fugaz, para revivirla y reconstruirla, la visión de un campo de «flores moradas» desde la ventanilla de un tren dominical.

La visión panorámica de mas de cincuenta años de relatos permite ver una obra coherente, fiel a si misma, progresiva desde los tiempos del realismo.

La obra cuentista de Carmen Martín Gaite es un prodigio de rigor, extensión y variedad. En una prosa excelente, en un castellano que le viene de la voz de su padre y de las aulas salmantinas, Carmen Martín Gaite narra, cuenta, reflexiona, critica, analiza, divaga, dramatiza. Tanto en estos cuentos como en el resto de su diversificada obra Carmen Martín Gaite, exigente con su obra, extiende a los demás esa exigencia, y sólo toma partido cuando se trata de la calidad y la autenticidad literarias.

Estos Todos los cuentos, no suponen solo una literatura de innegable calidad sino también una aportación de importancia a nuestra historia de las mentalidades, y también a toda una generación que despertó en un momento triste de nuestra historia literaria y supo ganarle el pulso.

Pocos lo dicen mejor que José Teruel. «Todo para ella era un cuento que tenía que estar bien contado: las lecturas, la política, el amor, la vida propia y ajena, la historia». Por eso este volumen con Todos los cuentos, está lleno de sugestiones al respecto de su concepción de la escritura convertida en costumbre, en pasión dominante y de su pensamiento convertido en ver la vida en veintiocho cuentos. Aquí está toda la vida, sin cuentos.