Me veo obligado a mover una parte de mi biblioteca, y mientras meto libros en cajas descubro cuántos buenos libros no he leído aún. Yo ya sabía que los había abandonado, y ellos también sabían que yo evitaba mirarlos de frente. Pero esta vez el encuentro ha sido inevitable. Mientras desmonto este refugio de los olvidados, siento el reproche que me lanzan en silencio: «Ni nos has quitado el polvo, hombre». Las mudanzas son terribles, porque a quién no le generan tensión y preocupaciones. Y pérdidas, porque son muchos los libros que he perdido por ir saltando de casa en casa. Ese es el agravio definitivo a un libro no leído: perderlo. No voy a emular eso de los Rangers de Texas de «ni un solo hombre se queda atrás», porque ya he planeado dejar olvidado 'La felicidad después del orden', de Marie Kondo -junto con un buen montón de ejemplares de Vogue y baratijas similares-. En el caso de la Kondo, lo veo como el reproche definitivo a sus tesis. Es mi manera de sacarle la lengua a sus ideas. Y es lo más parecido a una bomba de relojería que le dejo a los futuros ocupantes de la que aún es mi casa. Espero que sean sabios y ni tan siquiera abran el libro, que no den pábulo a sus promesas de felicidad ordenada y pulcra. Y que también olviden ese libro en su siguiente mudanza.