Aunque el título del libro, la sinopsis o el perfil de su personaje capital susurren que en las páginas de 'Últimas esperanzas' hay una cita con la derrota pura y dura, el lector no tardará en sorprenderse con un festín literario diferente. Con un vía crucis en el que la derrota no tiene por qué entenderse como un fracaso o una batalla perdida.

Con el alcohol, el sexo, las calles de Nueva York y los mentideros literarios como ingredientes mayúsculos, en esta novela del malagueño Joaquín Campos la derrota llega a ser un océano inmenso en el que sumergirse para regodearnos en su vitalidad o en su belleza. La derrota es sinónimo de vida. Y, en este caso, la vida es familia directa de la literatura. De la adicción a escribir y del amor a los libros.

Una de las muchas cosas que nos descubre o nos resfresca -y debemos agradecerle a 'Últimas esperanzas'- es esa maldita costumbre a poner todos los huevos en la cesta de los prejuicios que, por ejemplo, nos lleva a colgarle la etiqueta de perdedor o de derrotado a alguien que no ha perdido todo lo que nos gustaría. Y que ni siquiera se siente como lo vemos los demás. Es más, puede sentirse como un ganador mientras vive su existencia y el resto de los humanos con los que se cruza le imponen una cruz que, realmente, no lleva sobre sus hombros.

Últimas esperanzas derrama una capacidad innata y sin límites, sin techo ni artificios, para diseccionar el tiempo y las realidades que nos han tocado vivir. 'Últimas esperanzas' es una novela sobre un Quijote que lucha por un sueño en la capital del mundo.

Últimas esperanzas es un canto a la vida que antepone, por encima de todo, la lealtad al oficio de escritor que profesan tanto su protagonista, Amador Paneque, como su autor, Joaquín Campos. Y, por qué no avisarlo, Últimas esperanzas también es el espejo sobre el que se verá reflejado el amor a la literatura de todo aquel que se acerque a sus páginas con el único y sincero deseo de leerlas. Porque, en esta novela, el sueño de un escritor prevalece sobre cualquier circunstancia y la propia realidad. En Últimas esperanzas, la vida le canta a la propia literatura.