«No poseemos más conciencia que la literatura, que ha sido siempre la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación y tal vez pueda llegar a salvar al mundo». La cita, genial, la escribió John Cheever en su diario. La magnífica reflexión resume lo que fue la creencia y el empeño vital de Iris Murdoch que hizo de la literatura su conciencia, y que fue el motor de su vida hasta que el alzheimer la venció en un último pulso.

Hubo unos años, tras su muerte en 1999, en que Murdoch y su obra sucumbieron a la incomprensión en España. Eso ha cambiado y hoy las editoriales se disputan a la escritora. En estos años ya no es un esfuerzo de recuperación sino de reafirmación y expansión popular de su trabajo.

En conmemoración del centenario del nacimiento de Murdoch la editorial Lumen ha puesto en marcha la reedición de su producción literaria. En lo que va de año ha reeditado su obra maestra, El mar, el mar, merecedora en 1978 del Premio Booker y otros títulos señeros como El príncipe negro, el retrato de un escritor aquejado de un bloqueo creativo o El sueño de Bruno, un anciano obsesionado por su pasado y por las arañas.

El trabajo de Lumen con esta reedición es magnifico. Con una edición muy cuidada, muy actual, posee los ingredientes para convertirse en una edición seductora y asequible, especialmente para el lector que por vez primera se acerca a su obra.

Murdoch se dio a conocer o se consolidó en los 50 y 60. Son los años de la aparición de Anthony Burgess, Lawrence Durrell, William Golding, Doris Lessing, Malcom Lowry, entre otros escritores de relieve en el mundo anglosajón. Es el tiempo de la ruptura con los valores de la sociedad imperial británica. En este panorama Murdoch es una figura singular.

Tenía 35 años cuando publicó Bajo la red, su primera novela. Le siguieron otras 25, algunas joyas maestras como El mar, el mar, El libro y la hermandad, Henry y Cato, El príncipe negro o La negra noche.

Su mirada penetrante sobre lo que a otros parecía de menor importancia le permitió también dejar seis ensayos filosóficos, piezas de teatro y dos bellos trabajos de poesía.

Lo que caracteriza mayormente el arte narrativo de Murdoch es su extraordinario sentido de la teatralidad. Shakespeare es el gran inspirador de su vocación novelística. Sus obras están repletas de diálogos, algunos profundos, de honda raíz filosófica, otros más joviales e incluso rocambolescos. Hay mucho del famoso humor británico en la pluma de Murdoch que regala en la riqueza y originalidad de sus observaciones la agudeza de su talento.

En su prólogo a la edición de El mar, el mar Álvaro Pombo la expone como una asignatura pendiente para cualquier escritor o escritora en potencia, y la señala como ejemplo del «indispensable equilibrio que es preciso obtener en toda gran novela entre escritura, estilo, verbalización y contenido temático y dramático». Iris Murdoch tiene hoy más vigencia que nunca porque sus temas son universales: el bien y su vulnerabilidad, el amor en todas sus facetas y etapas, y el poder del amor y del arte para reemplazarlo, la presencia ominosa del pasado en nuestras vidas. Pero su mirada es la nuestra, su modernidad está en su humor, su inteligencia y su filantropía, que la vuelven irresistible.

Su mirada profunda se fue perdiendo a finales del siglo XX: el alzheimer se instaló en ella y de este proceso de olvido su marido, el crítico y novelista John Bayley, publicó un relato terrible titulado Elegía por Iris, en el que la describió como «una niña de tres años encantadora». Murió el 8 de febrero de 1999.