El actor, escritor y licenciado en Historia Carlos Bardem acaba de publicar en Plaza y Janés Mongo Blanco, un libro que recupera y novela la vida y peripecias de Pedro Blanco, un malagueño con una inteligencia y un talento innatos para la crueldad que fue uno de los reyes del comercio de esclavos en el siglo XIX.

«Yo: don Pedro Blanco, negrero. Un loco. Gigante o monstruo. El Mongo Blanco. El Gran Mago-Espejo-Sol. El Rey de Gallinas. El Pirata. El Padre. El Hermano. De los arrabales de Málaga al trono de África, de la gloria de La Habana a un manicomio de Barcelona. Una pistola. Si tuviera una pistola mancharía una pared con mis sesos. Esta es mi culpa y mi penitencia. Esta es mi historia». Así se describe a sí mismo el protagonista de esta historia en el libro de Barden.

Pedro Blanco, junto con John Ormond y ChaCha Da Souza, fueron los tres grandes mongos, o reyes de la trata, que ha dejado la historia.

Pronto empezó a demostrar una despreocupación absoluta por las normas: a los 14 años tuvo que huir por piernas de Málaga tras haber dejado embarazada a su hermana, Rosa. El mar iba a ser el refugio. Fue un gran marino, un gran aventurero y era un hombre brillantísimo en lo que hacía. Empezó como polizón y pronto, gracias a su astucia y su buen hacer logró ser capitán de bergantín; en Cuba se puso bajo el paraguas de un comerciante de esclavos ciego llamado Joaquín Gómez y ahí revolucionó el concepto del transporte de la mercancía, empleando veleros más rápidos y con mayor capacidad: pagaba por cada negro 20 euros en origen y cobraba en destino 350. Negocio redondo.

Pero la gran empresa por la que Pedro Blanco terminaría pasando a la historia se llamaría Lomboko: una fortaleza en el estuario del río Gallinas, en Sierra Leona, para facilitar el trabajo de los negreros; allí, lejos de las miradas de las autoridades, se hacinarán los esclavos hasta que los esclavistas, cada noche, por turnos, se hagan con la carga humana. Sí, como el actual cash & carry. Llegar, recoger y pagar. Carlos Bardem tiene razón al considerar al malagueño «el Pablo Escobar de la esclavitud».

Había levantado un emporio internacional, con ramas en Londres, Nueva York, Cádiz y Baltimore. Tenía 4 millones de dólares de la época, y se consideraba un «benefactor»: «El comercio negrero hace más bien que todos los misioneros porque los esclavos mejoran mucho con su traslado a los países cristianos», dijo.

Perseguido por sus escándalos, Blanco regresó a España, concretamente a Cádiz, donde se hizo respetable empresario, fundando una naviera, Blanco & Carvallo. Aquejado de trastornos de locura y paranoia, se trasladó a Génova primero y a Barcelona después, donde murió en 1854 en brazos de la locura.