La mediocridad ha tomado el poder. Lo dice contundentemente Alain Deneault en un libro que arrasa desde que salió al mercado hace una semana. Su éxito no se debe a la innovación de sus argumentos. Tampoco a que nos haya desvendado los ojos y la razón. Simplemente es porque analiza con rigor, con bisturí, sin tapujos ni paños calientes la sociedad en la que vivimos y en la que se han instalado, con nuestro beneplácito, dos modelos predominantes: la clase pudiente con capacidad y tendencia a regalarse grandes caprichos y a incrementar su fortuna aprovechando la crisis, y que sobre la que Deneault señala que está necesariamente relacionada con la corrupción política, el saqueo de lo público y la explotación depredadora de los recursos naturales. Y la de los mediocres fabricados por una devaluación del conocimiento y su reconversión en una mercancía sujeta a la precariedad y una competencia por la estrategia empresarial de economizar. Lo más barato, lo menos carismático, lo mejor manipulable y proletarizado. Un fenómeno que comenzó en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, cuando los procesos sistémicos favorecieron que aquellos con niveles medios de competencia ascendiesen a posiciones de poder, apartando en su camino tanto a los supercompetentes y que generaron el Principio de Peter, acuñado por Laurence J. Petrer y Raymond Hull: los mediocres se juntan para rascarse la espalda entre sí y hacer causa común contra los que pueden destacar por encima de ellos y su confianza en que el hecho de fingir se convierte en un valor en sí mismo.

El éxito imparable de la Mediocracia empuja a Deneault al lúcido y duro consejo a sus lectores. «No esté orgulloso, no sea ingenioso ni dé muestras de soltura: puede parecer arrogante. No se apasione tanto, a la gente le da miedo. Y, lo más importante, evite las buenas ideas: muchas de ellas acaban en la trituradora. Sus reflexiones no solo han de ser endebles, además deben parecerlo. Cuando hable de sí mismo, asegúrese de que entendamos que no es usted gran cosa. Eso nos facilitará meterlo en el cajón apropiado y también ascenderlo en detrimento de alguien con mayor conocimiento, habilidad o competencia». Uno de los resultados es la existencia de escritores en paro, artistas precarizados, docentes precarios y maestros ignorantes. Estos últimos son objeto de varias investigaciones que ponen de manifiesto el abandono del sistema educativo y su función de enseñar y reconciliar al alumno con esa parte de sí mismo que es capaz de concebir preguntas y posiciones estéticas que sean innovadoras o rebeldes. Una rebeldía castrada por la mediocridad en los alumnos y un espíritu de seducción de la enseñanza que se le hurta al profesor. Incide Deneault en este aspecto educativo al adentrarse en la falta de apoyo a la investigación y en cómo esa vocación es obligada a encontrar solventes ayudas económicas que contaminan la independencia de la investigación. Señala igualmente que en lugar de los intelectuales de antaño, hoy domina la figura del experto que, como explica Edward Saïd, traduce de una forma pseudocientífica un posicionamiento que es, ante todo, los intereses de quien lo patrocina, sean empresas que van en contra del medioambiente o políticos que quieren llegar al poder. Es decir, dinero y mediocracia tejen un ecosistema de poder que poco a poco ha ido, y así continúa, formateando a los ciudadanos, a los intelectuales, a los creadores, al público, para hacerlos coexistir en un mercado donde el capital cultural es tan sólo un producto de consumo de masas destinado a la evasión. Pensar poco, divertirse mucho. Vender el marketing, no las ideas, o como decía antes Deneault, aconsejando a su lectores, ríe para halagar, muévete sin hacer ruido, accede a los lugares o personas en las que residen los mecanismos de poder y no hables demasiado de ideas.

Andres Pichler, Hans Enzenbergers, Theodor Adorno y Gilles Lipovetsky sustentan los argumentos con los que Deneault dibuja un mundo de cartón y sin ética que ha convertido al artista en precario trabajador social, que deja al talento en la cuneta y pone en entredicho la brillantez de la gestión empresarial y de las universidades. Un mundo en manos de una mediocracia que se extiende sin encontrar casi resistencia. Demoledor como lúcido libro.