Hablar de Claudio Cerdán es hacerlo de uno de los escritores de novela negra hasta ahora más prometedores del país, un tipo que ya es toda una realidad y que vive una maravillosa madurez literaria palpable en su último trabajo, Los señores del humo, un fresco vertiginoso y fascinante en el que el autor se propone fotografiar las entrañas de la España que, en mitad de una crisis económica devastadora, observaba atónita cómo sus élites políticas y empresariales estaban más preocupadas por lograr la candidatura de los Juegos Olímpicos para Madrid en 2020 o montar un megacasino en una localidad de esa comunidad autónoma, creando una legislación 'ad hoc' para un magnate estadounidense; que de los recortes en Sanidad y Educación que tantas protestas provocaron entre las clases trabajadoras.

Ese es el país que sirve de trasfondo a la trama de Cerdán: un asesino en serie se dedica a decapitar a mujeres e indigentes y tres tipos de dudoso pasado e incierto futuro, tres hombres de esos a los que el destino junta no se sabe muy bien por qué, con códigos morales y vitales más que dudosos pero férreos, se unen para darle caza. Se trata de CJ, un exmilitar mordido por su pasado en Afganistán que forma parte del séquito de seguridad del magnate que quiere montar el casino en un municipio de Madrid; Aldo, un exnarco mejicano metido a proxeneta que no puede estar ni cinco minutos sin meterse algo por la nariz y Paco Faura, un expolicía retirado, infartado y escéptico que a sus 68 años babea con sus nietas y trata de ganarse la vida como detective sin licencia, al servicio, tal vez, de clientes que nunca hubiera aceptado en otra situación. Además, la mujer del exinvestigador está en estado vegetativo después de ser arrollada por un coche y Paco quiere saber quién fue el autor, en una subtrama de altura para dotar de coherencia a una novela adictiva, escrita en estado de gracia, en la que todas las historias acaban afluyendo a un cauce principal al que se llega naturalmente, con giros argumentales adecuados y pertinentes.

Hay varios aspectos más a destacar: la prosa es envolvente, evocadora, pero también dura, sucia, serpenteante, de forma que la escritura de Cerdán tiene reminiscencias claras de los grandes del género (Don Winslow o Ellroy). No en vano, se ha dicho de él que es uno de los escritores más norteamericanos que tenemos en España, por lo visual y la dureza de su literatura. Por otro lado, la radiografía que hace del país es certera (y digo esto con cierta congoja), porque la pintura de ambientes y el retrato de nuestras élites iguala por abajo con el impresionante óleo que traza sobre el mundo del hampa, el cañí y el de cuello blanco. También es reseñable la violencia que imprime a sus páginas: nos hallamos ante capítulos que escupen sangre a la cara del lector, que no esconden la sordidez para que el lector sonría, si hay que contar, se cuenta con todas las de la ley, poniendo sobre la balanza lo que haya que poner, una concepción muy cinematográfica del género, no sólo por lo que se relata, también por el ritmo narrativo. Por último, cabe resaltar su implacable sentido del humor, que no tiene piedad con nada ni con nadie. Una obra maestra.