En la mañana del 7 de enero de 2015 Philippe Lançon montó en su bicicleta para acudir a la reunión semanal de los redactores de Charlie Hebdo, la revista en la que escribía crónicas culturales. Lançon colaboraba también en Libération. Esa mañana estuvo dudando entre si ir a Libération o a Charlie Hebdo. Se decidió por Charlie Hebdo y esa pequeña decisión, una entre las múltiples que tomamos a diario, cambió su vida.

Philippe Lançon no murió aquel 7 de enero después de que los asesinos que gritaban 'Allah Akbar' irrumpieran en las oficinas de Charlie Hebdo, matando a doce personas e hiriendo a otras 11, entre ellas a Lançon a quien los asesinos dieron por muerto.

Tres años después, tras pasar unos 10 meses en el hospital y someterse a unas quince operaciones para reconstruir su mandíbula, Lançon, escribió 'El colgajo' (El Lambeau). El libro narra principalmente la reconstrucción de su cara y su vida tras sobrevivir al atentado. Gran parte está dedicado a la rutina diaria y los procedimientos médicos en los hospitales y a los sanitarios que le atendieron.

El libro no se abre en la escena del ataque sino en lo que el autor hizo y sintió el día anterior. La primera oración, «La víspera del ataque, fui al teatro con Nina», se la impone como una exigencia de normalidad de su vida anterior; de una velada en el teatro para ver una obra de Shakespeare y como acababa de leer 'Sumisión', lo último de Houellebecq.

Luego vienen apenas dos capítulos donde nos cuenta el ataque y espera ayuda en medio de los muertos. Estos pasajes son conmovedores, aterradores por la modestia que emana de la narración. Son unas sesenta páginas que sacuden, sobrecogen, emocionan y espantan. Sin exageraciones ni detalles escabrosos, solo las sensaciones de un hombre atrapado en la agitación terrorista, que finalmente no se da cuenta de lo que está sucediendo.

Después Lançon nos hace vivir su lenta y dolorosa reconstrucción física y psíquica a lo largo de meses de hospital y quince operaciones. Para enfrentar esta tortura se aferra a la música de Bach, las palabras de Kafka, a Proust, Mishima y Thomas Mann. Ellos ocupan un lugar importante en su reconstrucción, como un soporte que le permite seguir pensando, pero también para calmarse. «Bach me trajo la paz, Kafka, una forma de modestia y sumisión irónica a la ansiedad». También relee 'La montaña mágica'.

Más allá de la reconstrucción física, el autor comparte con nosotros sus estados de ánimo, la evolución de su psique, conmovidarada por las pérdidas irreparables que ha experimentado. Lançon tiene una importante trayectoria profesional como periodista cultural en Francia, de ahí que esta historia es también una gran obra literaria, admirablemente escrita, un libro bañado incesantemente por el recuerdo de la música, espectáculos, exposiciones y especialmente libros que ha leído.

Desde su confrontación con el rostro más oscuro de la humanidad, del que siempre quedará marcado, Philippe Lançon nos ofrece una narración ardiente y profundamente humana. Y finalmente un mensaje conmovedor: «El odio no es un buen combustible». Y así es, el odio es el gran ausente de este libro, pese a todo. Porque el libro termina el 13 de noviembre, el día del ataque a varios restaurantes y la sala de conciertos Bataclan en París. Philippe Lancon está en Nueva York. «Fue de nuevo, como al despertar después del ataque, un desapego de la conciencia, y sentí que todo comenzó de nuevo, o más exactamente continuó, en mí y a mi alrededor...»