Un escritor aislado del sonido de su voz para escuchar la voz de la esencia de las cosas cotidianas: un piano, un ajedrez, un jarrón€, y también de aquellas con las que la naturaleza se expresa: un árbol las estrellas, la nieve. Un escritor que escapa de sí mismo, de su bloqueo frente a la escritura que de repente le provoca vértigo, el vacío de no ser audaz ni sincero cuando escribe acerca del amor, de la vida, del mundo del que han de aprender los jóvenes alumnos obligados a su lectura. Un escritor preguntándose por su escritura ausente de emociones y de una mirada para entenderse a sí mismo y entender el mundo, su identidad, su destino, su literatura. Este es el protagonista de uno de los mejores libros de Peter Handke, 'La tarde de un escritor', publicada por Alfaguara y en traducción de Isabel García Weizler. Me deslumbró este híbrido entre la novela y el ensayo con resonancias de Walter Benjamín y el dandismo perplejo del azaroso flaneur y del encuentro como acto creativo, y también de Franz Hessel (maravilloso su libro 'Paseos por Berlín') y su definición de la mirada del paseante como un aventurero de la mirada en busca de detalles, matices, contrastes sutiles, huellas de distintos pasados, metáforas del yo interior a través de los objetos de fuera. Una lectura esencial para cualquier joven aspirante a escritor, lo mismo que su canto al redescubrimiento de la alegría sosegada y el placer de aprender es un buen regalo para cualquier lector maduro y la necesidad de escapar de la velocidad y los ruidos de todo lo que nos convierte en autómatas. Sólo por ambas cuestiones y por la riqueza de un lenguaje austero en la precisión de sus frases cortas y convincentes a la vez que poéticas merece la pena volver a este Nobel autor o descubrirlo cualquier tarde de lector.

Peter Handke nos enseña en este delicioso libro a convertirnos en lectores de imágenes, de objetos, de atmósferas, de ideas como vilanos en el aire que nos circunda, y que la poesía nos enseña a nombrar lo innombrable, a darle contenido a las palabras y que ninguna es mejor que otra. Lo hace mediante el protagonista que un día, al sentirse acosado por el silencio interior y exterior, como si fuese el único superviviente de un holocausto, se levanta de su mesa, sale de sus casa y emprende un viaje interior a través del proceso creativo y de la búsqueda de una mirada, de una voz, de la inspiración a partir de la que constatar la fuerza y autenticidad del estilo, cuyo narrador alterna su relato con el soliloquio de una primera persona. Ambos van y vienen en una especie de diálogo consigo mismos en ese viaje interior y con el exterior donde el viaje físico transita entre la ciudad que se antoja vacía y angustiosa, y la periferia repleta de imágenes de las que surgen ideas que la escritura moldea y transforma.

Está clara la simbología que establece Handke: el yo persona y el yo escritor. Uno de los muchos círculos concéntricos con los que juega en su deambuleo en zozobra, su relación con una realidad que alimenta su imaginación como una forma de compromiso, y pone en valor lo que nos dicen los objetos aparentemente insignificantes, y la diferencia entre el observador pasivo que nunca encuentra nada concreto y el observador que se deja llevar y llamar por la naturalidad del misterio de todo lo que le rodea. Da igual que se trate de la hojarasca del otoño por el que camina o del sonido que hacen los aparatos domésticos de limpieza. Una reflexión que Handke desliza a la tranquilidad que ofrece una vida aislada y que puede transformarse en angustia cuando ese silencio se prolonga. No faltan en 'La tarde de un escritor' reflexiones en torno a la figura del escritor frágil o en pugna con el reconocimiento adulador, a la posibilidad de que la inspiración te abandone y a la necesidad de alcanzar un estilo sólido y que a la vez crezca en retos enriquecedores. Una novela, álbum bello de lo esencial de las cosas, con la que Handke certifica que escribir es una conversación con uno mismo.