A sus 75 años Richard Ford ha dejado ya la marca imperecedera de su excelencia narrativa que ha hecho de él uno de los grandes narradores americanos, en la estela de Carver, Hemingway, Cheever. Pero no tiene intención de retirarse a sus cuarteles literarios de invierno. Ford parece mantener intacta su necesidad intelectual de seguir retratando con minucioso detalle a ese americano medio, testigo desencantado y descreído ya del sueño americano y de sus dirigentes y expectante ante los avatares y amenazas del nuevo siglo.

Ford regresa ahora con 'Lamento lo ocurrido', un libro de relatos que Anagrama publica en primicia mundial en español, repleto de esos personajes puramente fordianos y con la intención de ser capaz reflejar la vida de la forma más directa y plausible, es decir, pura narración made in Richard Ford.

Al igual que en el resto de sus trabajos literarios, la fuerza de estos relatos, además de sus protagonistas, recae casi unilateralmente en el lenguaje, que le permite a Ford recrearse en un bello paisaje o en un simple suburbio. Su prosa es rítmica y majestuosa; su narrativa poderosa, cautivadora, que huye de los artificios de la ficción moderna, nos devuelve una prosa profunda y humanista, nada irreal, soberbia y grande.

Con 'Lamento lo ocurrido' vuelve a sus temas clásicos. En el relato 'Desplazados', Ford se transmuta en el joven Henry Harding que, al igual que él, perdió a su padre cuando el joven tenía 16 años y se refugia en la visión de los huéspedes de la pensión que se abre frente a su casa, mientras descubre la vida adulta viendo una película de Anita Ekberg. En 'Nada que declarar' la casualidad reúne en un bar de un hotel de Nueva Orleans a dos antiguos amantes que tras un largo paseo constatan que volver al pasado ya no es posible para ellos.

Dotados de una precisa sensibilidad de comedia y una inteligencia arrolladora estos relatos abordan un buen catalogo de asuntos muy americanos y muy universales, la homosexualidad mal llevada, el racismo, el envejecimiento y el futuro vacio, las parejas aprisionadas en una relación sin esperanzas.

En todos ellos, Ford demuestra ser uno de los mejores estilistas y uno de los narradores mas humanistas, gracias a esa minuciosidad en el detalle que ofrece de forma precisa y sosegada apostado en su enorme capacidad de observación.

De esta manera conseguir que lo inventado sea, o parezca, el mundo real, con su exacta cadencia y sus paisajes reconocibles, que extraer de su propia experiencia el reconocimiento de la nuestra como lectores, es una tarea nada sencilla y al alcance de pocos y elegidos escritores.

Pero, por encima de todo, Ford es un vitalista, que no renuncia a la esperanza, que es algo que pertenece y es inherente a su mundo, de ahí que, por encima de los traumas de los protagonista, de que estos se percaten de la magnitud mayor o menor de la tragedia que están viviendo, no existe para ellos una conciencia trágica del fracaso este encuentre finalmente su camino.