Muchos buenos lectores de Raymond Chandler se han estrellado en sus intentos de emular las andanzas del detective Philip Marlowe, la gran creación de Chandler y quizá uno de los personajes literarios más logrados del pasado siglo XX. Y muchos buenos escritores creyeron haber encontrado el secreto para dotar de vida propia a sus clones de Marlowe, sin que nadie compartiera esa convicción. Es una tradición, quizá una maldición. Pero esa no es la historia de Philip Kerr (1956-2018). El desaparecido escritor escocés sí triunfó donde muchos otros fracasaron, y sus novelas de Bernie Gunther son la prueba palpable de su éxito. Ahora, RBA publica en España 'Metrópolis', la novela póstuma de Kerr y última de las dedicadas a Gunther, un policía berlinés del que quizá Chandler estaría orgulloso.

Sabiendo que 'Metrópolis' fue escrita por un moribundo Kerr, que robaba horas a su lucha contra el cáncer que terminó por vencerle el año pasado, puede ser tentador tirar de hipérboles para alabar este libro póstumo. Pero la decimocuarta novela de Bernie Gunther no necesita de la generosidad compasiva de nadie, como tampoco la ha deseado nunca su personaje, al que tantos libros le ha dedicado Kerr desde el ya lejano 'Violetas de marzo' (1989). 'Metrópolis' no es solo una digna despedida para el personaje, sino que se trata de una de las mejores obras del escritor escocés.

Lejos de presentar las andanzas últimas de un protagonista avejentado y cínico, lo que Kerr regala a sus lectores en 'Metrópolis' es al Gunther más joven e inocente que jamás ha escrito. Ambientada en la frenética Berlín de 1928, y de forma magnífica como siempre en estas novelas, 'Metrópolis' nos acerca a un joven policía cuya carrera despega tras incorporarse al equipo de Homicidios. Apesadumbrado aún por las secuelas de la Gran Guerra, Gunther tiene que afrontar que su vida sigue, que su país empeora cada día más y que su ciudad es un circo sangriento y decadente sobre el que se cierne la sombra de la amenaza nazi. Y pese a todo esto, 'Metrópolis' no es la novela oscura que quizá pudo ser sino que termina por elevarse como novela brillante y llena de vida, casi optimista.

En su último libro, Kerr no pretendió dejar un testamento ni reinventarse. Lo que el lector cómplice encuentra en 'Metrópolis' es una versión depurada y perfecta de lo que ya conoce. Y el recién llegado va a descubrir una novela negra que respeta la tradición de la que surge: la creada por Raymond Chandler con las novelas de Philip Marlowe. Lo que le suma Kerr es un gran peso de la ambientación, una documentación exhaustiva que no ahoga la acción ni acartona a los personajes, y una elegante dosificación de la violencia y la intriga. Además, este libro sirve de puerta de entrada ideal a una larga serie que termina tras catorce entregas.

Es fácil entender que Kerr recurriera a Gunther para despedirse como escritor. Este detective berlinés es la creación que más alegrías le ofreció al escocés. No se puede entender a Kerr sin Gunther. Tras debutar como escritor con este descarado policía, al que nos presentó ya como detective privado en la Berlín de los Juegos Olímpicos de 1936. Kerr le dedicó dos novelas más, cerrando lo que ya se conoce como 'Trilogía berlinesa'.

Y a partir de 1991, Kerr intentó olvidar a su personaje para buscarse a sí mismo y lanzarse a una carrera literaria con ambiciones -Granta le seleccionó en 1993 en su afamada lista de los mejores escritores británicos jóvenes de la década-. Muchos libros después, ya en 2006, Kerr parece que se rindió y recuperó a Gunther, de quien no volvió a separarse. Juntos han hecho un largo y exitoso viaje, porque estas novelas han vendido millones de ejemplares, son una referencia para los buenos aficionados del género y la razón por la que recordaremos a Philip Kerr.

¿Por qué 'Metrópolis' quizá sea uno de los mejores episodios de las andanzas de Bernie Gunther? ¿En qué acertó su autor bajo la más apremiante de las fechas de entrega? Pues la respuesta está en Berlín. El título no es solo un guiño a la gran película de Fritz Lang y Thea von Harbou, pareja que tiene gran relevancia en esta novela, en particular la que fue guionista y esposa nazi de Lang -en la obra de Kerr es clave la inclusión de personajes históricos, obras literarias, teatrales, cinematográficas, artísticas€ y aquí el esmero fue aún mayor. Berlín es la gran protagonista: esta novela es tan suya como de Gunther. La fascinación, respeto y amor que siente el autor por esta ciudad sabe transmitirla con pasión al lector.

Kerr se revela como gran amante de una urbe que para unos fue patio de juegos sexuales y destino turístico de la depravación, y para otros un espejo de unos miedos y complejos de inferioridad que derivaron en un odio aterrador. Pero Kerr ama a Berlín como la ciudad libre y valiente que fue. No es la arquitectura, son sus habitantes. Y les ofrece lo mejor que les puede dar. Kerr entrega a Bernie Gunther como paladín de su ciudad, un hombre duro, cínico y honrado, un policía con una misión.

Philip Kerr no terminó siendo el escritor de prestigio que Granta pronosticó en 1993. Eso ha quedado para compañeros de generación como Will Self o Kazuo Ishiguro y su Nobel, con quienes compartió espacio en la famosa lista de jóvenes promesas de la revista de letras británica. Kerr acabó siendo un novelista de éxito, un escritor tan fiable como solían serlo los viejos Volvo tipo familiar. Quizá no era muy elegante pero siempre fue cumplidor. Kerr era una especie en peligro de extinción. Y para su despedida, esa que no pudo evitar pero sí escoger, este escocés eligió Berlín y a la versión más joven de su personaje de siempre. Kerr eligió el amor y la vida. Quizá sí nos dejó algo más que una novela, quizá nos dejó un consejo.