Nunca he sido socio del Club de Lectores, pero mis estanterías están pobladas por muchos libros editados por este extraño sello editorial -las ediciones de los 60 y los 70 son mis favoritas, con esas tapas duras que lo resisten todo y unos diseños pop que aún lucen vitalistas y modernos-. Planeta lo compró hace cinco años, pero quizá ya entonces su destino estaba sellado. España ha acabado por darle la espalda al Círculo de Lectores, esa aventura alemana que llegó a un país desarrollista que en 1962 quería crecer y dejar atrás un pasado de muerte, hambre y analfabetismo. Puerta a puerta, esta aventura llegó a cautivar a millón y medio de españoles, que quizá no leyeran todo lo que compraban, pero seguro que leían más que sus vecinos. Ser del Círculo de Lectores era un orgullo para muchos, una muestra de los esfuerzos de una familia por mejorar, no solo tomando leche condensada y pan blanco, también con libros en la estantería del salón. Ojalá cerrara el Círculo de Lectores por haber cumplido su misión original de fomentar la lectura. Pero no. El Círculo de Lectores ha fracasado. Aquí ya no queremos ser de un club que no sea un club de fútbol. Y eso de que la lectura nos una ya no hay manera de venderlo.