Josep Pla comenzó a forjar su magnifica prosa desde bien temprano y también bizme pronto, con apenas 22 años, inició su largo peregrinaje viajero, primero como corresponsal periodístico y después, en muchas ocasiones, como corresponsal de si mismo, de su ilusión por conocer otros paisajes y escenarios. De su amplísima actividad literaria, varios fueron los trabajos que Pla dedicó a glosar sus viajes y estancias en el extranjero. Es el caso de 'Cartas de lejos', resultado de los viajes que realizó cuando era joven por Francia, Gran Bretaña, Países Bajos, Alemania y los países nórdicos en su condición de corresponsal de prensa en el extranjero. O poco después 'Viaje a Rusia', la Rusia que acababa de encumbrar a Stalin a lo mas alto del estado soviético. Más tarde, en 1954, Pla viaja a Nueva York, contratado por la revista Destino y lo contó después en 'Fin de semana en Nueva York'. Pla quedó impresionado de su primera visión de la urbe cuando su barco entraba por el estuario del Hudson; fue cuando dicen que pronunció aquella frase interrogativa de «¡y todo esto quien lo paga?», muy propio de Pla y de su agudeza y perspicacia.

El Pla mas sensitivo, mas descriptivo de los paisajes, mas atento a las expresiones populares y al pálpito de la vida de los cafés, de los mercados y de las estaciones, se encuentra en Las ciudades del mar, editada en 1942 y que ahora Destino reedita para gusto y placer de tantos. Las ciudades del mar, es un homenaje de Pla al Mediterráneo , a sus pueblos y sus ciudades en un recorrido que nace en Mallorca y recorre después el Rosellón, francés, los puertos italianos, Cerdeña, Sicilia, Croacia, los puertos de Grecia,Estambul para terminar en el Bósforo.

En sus descripciones, Pla se apoya en su condición de mejor paisajista literario que ha dado nuestra literatura. Pla gusta captar el mundo por los sentidos, todos los sentidos: la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto y de ahí pasa a sus agudas observaciones y mensaje que van desde lo cultura a lo puramente gastronómico. Su vocabulario y la adjetivación de la meteorología y de la cocina, el paisajismo descriptivo y los retratos de gentes, son realmente geniales.

A Palma de Mallorca, llega en un día lluvioso, pero «a medida que va alzando el día, Palma recobra el color, como si saliera de un desmayo. Ahora es del color de las chicas de quince años», señala en su primera impresión mallorquina.

En el Rosellón habla de Port Vendrés, piropea a Perpiñán y su «gran vitalidad», y a Narbona, con su la tramontana.

En Florencia habla de las escuelas renacentistas. Visita Arezzo, donde nació Petrarca y nos habla de los frescos de Piero della Francesca. Luego Orvieto con sus «palacios imponentes», pero «una ciudad muerta. Llega a Siena que le impresiona como ciudad medieval. Luego Perugia, «como ahogada entre Florencia y Roma. Bolonia «magnífica, de una generosidad soberbia e inolvidable, una de las ciudades mas alegres de Europa». Rávena, «taciturna y solitaria, lejana y provinciana; tiene marcada en la cara la nostalgia del mar».

En Cerdeña pasea por Sassari, por Porto Conte, puerto de escala de Carlos V y refugio de Nelson y Cagliari, «un anfiteatro sobre el azul del mar». En Sicilia visita Siracusa, de allí a Trapani, «parecida a Cádiz». Palermo, «una de las más bellas y extraordinarias ciudades del Mediterráneo».

En Croacia visita Split y Dubronic y su «panorama magnifico sobre el mar». De Dubronic dice que «las horas que pasé en ella son de las mas agradables que he pasado en mi vida». Luego quedó «impresionado» de la belleza de Estambul y finalmente «desilusionado» con Bucarets, pero sorprendido con Sofía, una ciudad «tan moderna y acabada».