Una cuchilla de afeitar en el cuello de un poema. En blanco se queda un instante la portada en la que está a punto de abrirse el labio rojo de la sangre, trazada como un relámpago rojo. La imaginó Juan Cobos Wilkins como tarjeta de identidad de su nuevo libro: 'Matar poetas'. Contundente, limpio, sereno y subversivo el lenguaje con el que el escritor de Huelva -así lo denominó porque en su caso cualquier género se le queda chico- denuncia, sueña, ennoblece lo cotidiano, confiesa, revela y desde ese mismo lenguaje se interroga acerca del paso del tiempo, de la melancolía que hace abatible la vida y a la vez se suelta y vuela como una cometa, del amor que se escribe a dedo en el agua o a lápiz entre los versos, igual que si fuese un ave migratoria en el aire, y por supuesto de la muerte. Esa presencia que siempre tiene para Juan Cobos Wilkins algo de flor roja intacta como un fantasma entre las páginas de los libros o bordada en la colcha de matrimonio, de sombra sigilosa de Giacometti, o del gatillo curvo del revólver de hotel de un poeta. Forman parte estos temas de la trilogía que el periodista y exdirector de la Fundación Juan Ramón Jiménez inició con 'Biografía impura', continuó con 'El mundo se derrumba y tú escribes poemas', y se abrocha con 'Matar poetas'. Títulos hilvanados a modo de capítulos de una reflexión existencial e intimista cuyos poemas se escriben en el papel del periódico donde suceden las tragedias sociales y políticas que nos van dejando indefensos y solos frente a todo.

Más aún al flaneur de este libro romántico y a la vez empírico que nos hace continuamente cruzar el puente entre el positivo y negativo de una fotografía emocional, aséptica, implacable en su belleza y en su desgarro. Igual que si su condición de poeta le permitiese ejercer igualmente como forense alrededor del suicidio del cadáver, una de aquellas bellas artes de De Quincey; como reportero de la realidad que se puede contar dentro de un poema y chamán que se observa desde otro lado del mismo viaje. Positivo y negativo, en blanco y negro y tecnicolor, entre el verso y la prosa, lo científico del lenguaje y lo lítico del estremecimiento que se narra en una escena que acontece en Manhattan, en Trieste, en Macondo, en Vietnam, y cuya diana del disparo no es la espalda de ninguno de los poetas advertidos en un grafiti «en rojo sangre sobre cemento gris/ y debajo un móvil de contacto», sino James Dean rebelde en la niebla solo, inmortal en Life por la certera pupila de Dennis Stock, o Kim Phuc desnuda en un grito a la carrera atrapada en su infancia de la vida contra el espanto por Nick Ut. Cazadores a los que Cobos Wilkins rinde homenaje en este libro que es un cuarto oscuro de luces rojas en cuyo interior revela la ingravidez del salto de Nijinsky; la láctea higuera del verano; las neuronas que sobreviven a la isquemia; la profundidad de la galaxia elíptica M87; la nube que se cuela en el bolsillo de la chaqueta; los 21 gramos de peso del alma; un abanico triste de plumas como naipes; la manzana de Guillermo Tell; una mariposa de Hong Kong; la ausencia del plural en la vida; una madre internada en un hospital psiquiátrico; Kerouac en el camino. La imposibilidad de meter la primavera dentro de un poema.

Maduro más que nunca en sensibilidad y en expresión, rebelde siempre en estética y en compromiso, compone Cobos Wilkins un intenso, exquisito y -más que tantas veces ahora exacta la palabra- caleidoscópico libro donde cada poema intenta explicarse y en su reverso lo niega. Igual que si colocase al lector frente a ese espejo de casa en el que uno se mira y se conversa acerca de la pérdida y del goce, de lo conmovedor y de lo honesto, de la identidad y su cultura, de la descomposición del mundo y del funambulismo, y la reivindicación de sí mismo. 'Matar poetas' es un bello y sincero manual de la poesía como conciencia y metamorfosis, con el que cruzar de año y de vidas a modo de pasaporte y resistencia.