Afortunadamente, aún se dan en la industria cultural realidades en las que el amor a la literatura suplanta a la ausencia de ambición mercantil y la hipotética falta de medios para surcar empresas realmente loables y para nada inalcanzables, por mucho que la lógica susurre lo contrario. La editorial malagueña EDA Libros -capitaneada desde Benalmádena por FranciscoTorres con la complicidad de Fernando Mateo- ha propiciado el hito de reunir la producción poética del pintor alemán nacido en Suiza y profesor de la Bauhaus Paul Klee (1879-1940). Este propósito con hechuras de acontecimiento literario acaba de cobrar forma en una edición de unas 300 páginas traducida por José Luis Reina Palazón, que cuenta además con una portada con el sello del cotizado artista contemporáneo malagueño Rogelio López Cuenca.

Más allá de la contribución que implica la confección de un volumen de estas características, tanto en el conocimiento de la figura poliédrica de Klee como para acotar un legado literario concreto, el resultado ha estado a la altura de la calidad, el respeto y la rigurosidad que esta editorial ya cuidó en otras aventuras de calado internacional, en las que rescató textos de la francesa Anne F. Garréta o de la Premio Nobel Herta Müller. Precisamente, el hallazgo que supuso la publicación de la obra de la escritora rumano-alemana Los pálidos señores de las tazas de moca, editada hace una década en la misma colección Norteysur, se hace inevitablemente presente en la medida en la que Reina Palazón y López Cuenca se ocuparon de idénticas funciones y se empleó una convivencia bilingüe similar a la que se experimenta ahora. La disposición de sus 115 poemas enfrentados en alemán y castellano discurre con una atractiva fluidez que se regodea en la reproducción de una decena de obras de Paul Klee. La presencia de su arte se ve, sin duda, justificada por la certeza de que sus incursiones poéticas llegaron a brotar en algunos casos en relación con su pintura o en el interior de ella. Esta recopilación también nos grita la certeza de que, en su poesía, Paul Klee no solo no reniega del pintor. Tampoco del melómano, ante la musicalidad que derrama su visión del hecho literario.

Sus versos fueron confeccionados entre el epílogo del siglo XIX, desde 1898 cuando solo tenía 19 años, y el primer tercio del siglo XX, incluyendo los años de la Primera Guerra Mundial que le pilló tan cerca. Como broche final sirven sendas rarezas datadas en 1938, un par de años antes de su muerte, que cierran un recorrido por versos que parten de su experiencia vital e incluyen a Dios, el arte o el amor en sus temas, según advierte en su estudio introductorio Reina Palazón.

La poesía de corte amoroso llega a ser inherente a Eveline, la musa que abraza al título-dedicatoria de algún poema y al ardor de sus propias palabras: «Eveline, reina en mitad del día». Esta suculenta entrega revela, por ejemplo, cómo el artista en el ejercicio de la escritura se mete en la piel del poeta y lo interpela en versos, como los que destaca la contracubierta para delatar a un universo distinto: «¡Oh poeta! / Quieres describir la podredumbre de una cripta / y en ello se te rompe / la necesaria inspiración, / cómprate un Camembert / y oliéndolo de vez en cuando, / podrás».