Aventurera en vena. De la Historia por cuyas arenas de sol, junglas de silbidos exóticos, paisajes de gélido azul casi blanco y salones de susurros y glamour y de las vidas que transitaron las primeras mujeres que dieron cuenta de su independencia y de su talento para hacer del viaje un camino de libertad a modo de brújula para diversas generaciones. Mary Kingsley, Isabel Burton, Osa Jonhson, Dian Fossey, Marga D ´Anduarain son algunos nombres de los que Cristina Morató ha sido también exploradora de sus sombras para vestirlas como personajes de un periodismo documental y literario que siempre brilla por su tono de contadora de historias. Es fácil imaginársela, de haber podido saltar en el tiempo, cruzando África o Arabia para ir a entrevistarlas en medio de sus aventuras o el crepúsculo de un porche de madera o de lona a punto las confidencias sobre los hombres, y sobre todo de sus sueños de conquistar el mundo con el coraje femenino de saberse diferentes y necesitar tan sólo su empeño. Qué lujo sería fabular acerca de sus conversaciones, sabiendo que Cristina Morató es una más entre ellas y es por eso que late tan cercana la carnalidad humana que le confiere a sus actrices, reinas, espías, divas, conquistadoras cada una y todas del embrujo de sus vidas y del que las envuelve la escritura de quien mejor las cuenta con un deje Kipling y el propio sello Morató como rosa de los vientos al pie del mapa de cada una de estas vidas escritas.

Las últimas son de un libro de pantalla grande y de fotografías en blanco y negro que en otros años los hombres llevaban en la cartera, a un suspiro del corazón, igual que el talismán de un deseo. Un libro de estrellas que crecieron con otros destinos al pie de la calle para ascender al cielo de los mitos cinematográficos en los que continúan siendo Diosas de Hollywood. Y de entre todas, ha elegido Cristina a cuatro, el número que regirá el año champagne a punto de que lo estrenemos, y que sin duda hará la delicia de todos los que en estas actrices tuvimos una luciérnaga de deseo adolescente, el rostro de una mujer con la que cruzarse con una pasión de cine. Ava Gardner, Rita Hayworth, Grace Kelly y Elizabeth Taylor con las que otro cinéfilo enamorado como el periodista David Felipe Arranz se jugaría al póker algunos de sus diálogos míticos y las escenas inolvidables por las que nunca hemos dejado de admirarlas, y por los que él mismo escribe libros de cine. Seguro que este último de Cristina Morató lo disfruta, como harán sus lectores, por el trasfondo humano que es la corriente que lo conduce, mientras su autora desvela la fragilidad de sus sueños, el peso de sus equívocos y cicatrices, el aura de sus leyendas y el polvo de luna que lastró sus alas de mariposa, la contradicción entre su realidad de mujeres y su aura de estrellas. Una dualidad en combate que tan bien expresó Rita Hayworth cuando dijo que todos los hombres se acostaban con Gilda y se levantaban con ella.

qué bien elegidas por la autora estas actrices tan bellas y tan similares en su querencia por enamorarse de los hombres equivocados, de otros que no supieron estar a su altura y de algunos con los que el amor a quemarropa fue el funambulismo de la felicidad. Son las primeras páginas para la mirada morena de la niña descalza del sur que aprendió a beber en el Palladium, que tuvo jazz entre las sábanas y un maltrato psicológico que la marcó. Una Ava Gardner a la que ninguno supo amar y de la que nos quedó su pasión por la vida hasta el fondo del vaso. Le sigue el relato de la más humillada de todas, Rita Hayworth, a la que todos moldearon igual que una muñeca a la que le fueron rompiendo su dignidad, su belleza y su memoria. No fueron tan frágiles Grace Kelly ni Elizabeth Taylor, dos princesas a su manera, aunque lo mismo de vulnerables y solas. De las cuatro estrellas de carne y hueso nos deja Cristina Morató sus amores de cine negro, con sus besos rojos en la noche rota de los espejos.