La poderosa simbología del caballo en los usos literarios es aquí una fuerza descomunal como la de ese caballo blanco, que quiere ser redentor, con que nos hace «ingresar de nuevo en la noche» Alejandro Morellón, un escritor joven, que como dice su nota biográfica, «creció en Mallorca, donde aprendió a leer y a escribir» y donde siguen viviendo sus padres.

La editorial Candaya le ha publicado su primera novela tras dos exitosos y laureados libros de relatos. Caballo sea la noche es una narración que tiene la concisión como una de sus características principales. Es una novela corta que se lee de un tirón, entre otras razones porque engancha para urgir esa lectura sin respiros; fluye en una escritura poética que narra estados de ánimo más que no acciones. Propone la voz de dos personajes en sendos y alternos monólogos interiores. Con ellos viviremos cómo se desmembra su familia.

Si la novela transcurre en cinco capítulos, cinco son los puntos que tiene este texto, uno al final de cada monólogo que se desarrolla sin pausa, casi requiriendo una lectura en voz alta que fluye del pensamiento del personaje. Poco avanza la acción, aunque entenderemos y padeceremos la evolución de los cuatro miembros de la familia: Rosa la madre, Marcelo el padre y Óscar y Alan, los dos hijos, desde aquel entorno feliz que muestran los álbumes de fotos hasta el desgarro que supone la partida de Marcelo y la muerte de Óscar y bastante más, esa transformación que viven y nos transmiten los monólogos y reflexiones de Rosa y de Alan.

Los sueños, la culpa, la noche, los afectos, el ser y el querer ser, la memoria, el refugio, los silencios, el mal, la clarividencia, la culpa de nuevo; Morellón transita por sobre todas estas emociones, y lo hace con una poética que nos permitirá vivir, padecer, acompañar, entender, sentir el trasfondo de la vida que nos narran Alan y Rosa, de la duda de la resolución en que se debaten mientras nosotros, lectores, vamos poniendo en orden sus remembranzas para situarnos en una historia que los personajes intentan explicarse a sí mismos. Y siempre ese caballo blanco que convierte en título un verso del ecuatoriano Roy Sigüenza propuesto por Mónica Ojeda, escritora muy cercana en intención literaria a quien Morellón homenajea, casi al final de su texto, citando las dos obras con que ella también nos ha subyugado: «pecado nefando» y «mandíbula partida de cocodrilo» (p. 78).

La transformación del arraigo, la asunción de los sucesos que nos afectan, el proceso de entendimiento de actos de una vida que llegan a desestabilizar el sustento familiar son los temas por los que transita esta novela, desasosegante pero cautivadora que es todo un ejemplo de construcción narrativa.