En febrero de 1949 Gerald Brenan y su esposa Gamel Woolsey hicieron un viaje desde Madrid por el centro y sur de España. Brenan ya había pasado siete años antes en España, de la que huyó cuando presenció desde su casa de Churriana «la confusión y el horror» de las fases iniciales de la guerra civil. Al regresar Brenan se preguntó qué España encontraría y para responderse hizo este viaje de dos meses por medio país cuyas impresiones recogería en el libro ‘La faz de España’ que ahora reeditan la editorial Renacimiento y la Casa Gerald Brenan, con un extraordinario y riguroso trabajo de revisión realizado por Carlos Pranger, albacea del hispanista británico. En esta tarea de revisión Pranger ha incorporado casi doscientas notas aclaratorias para interconectar este texto tan peculiar, que es de viaje pero también de historia, geografía, arte o sociología.

Qué España encontró: «El cuadro resultante es deprimente. Los españoles de todas las clases y todas las ideologías están desalentados y exasperados». «España es un país cuyo camino hacia simples condiciones humanamente tolerables ha quedado cerrado. Pero Brenan recuerda cómo «los españoles son un pueblo muy notable y su país uno de los más hermosos del mundo».

El viaje se inicia el 10 de febrero en Madrid, «una ciudad de casi un millón y cuarto de habitantes, construida en el yermo y que apenas fabrica nada». Aquí van al cementerio de San Isidro a ver la sepultura de Goya. Le asombra el bullicio madrileño, con numerosos cines, «más de setenta» y los muchos teatros.

Bajan hasta Córdoba a través de Despeñaperros, «la única brecha en el muro de quinientos kilómetros de Sierra Morena». Se acercan primero a La Mezquita, «el primer edificio de España, el más original y el más hermoso». Luego, tras la pista de Góngora. Pero saben muy poco de los hombres y famosos de esta ciudad. De Séneca han oído hablar «pero Góngora no es para ellos más que el nombre de una calle y nadie sabe dónde está la casa del poeta». Encuentran que «no es posible andar por las calles de Córdoba sin quedarse horrorizado ante tanta miseria».

Visitan luego Aguilar de la Frontera, Priego, Cabra, cuna de Juan Valera, «el Jane Austen español», y descubre su biblioteca y la casa de Pepita Jiménez. De allí a Lucena, pueblo que evoca a los judíos, que rezuma «miseria y hambre». Visitan el santuario de Nuestra Señora de Araceli.

A finales de febrero llegan a Málaga, a la que habían dejado en otoño de 1936. «La ciudad había cambiado», habían desaparecido comercios, había menos cafés, menos barberías, pero más bancos. Por miedo a encontrarla sumida en la ruina retrasan su llegada a su antigua casa de Churriana. Pero al llegar encuentran que Antonio, Rosario y María, a los que habían dejado al cuidado de la misma la habían mantenido con sus preciados libros, «en perfecto orden», mientras que el jardín había mejorado. Brenan quedó asombrado y admirado por cuanto el país había pasado por una guerra civil y sin embargo «Antonio y Rosario habían seguido cuidando serenamente de nuestros intereses, a la espera de nuestro regreso. ¿qué habría hecho en análogas circunstancias una familia obrera inglesa con unos españoles?». Brenan vuelve a recrearse en Málaga, en sus calles, en sus habitantes, en sus mujeres y se ocupa de visitar a los antiguos amigos ingleses y españoles.

Y emprenden ruta a Granada, en tren, por Vélez y Alhama. Habían pasado 15 años desde su última estancia. Poco había cambiado. «Granada había sido siempre una ciudad sombría, austera y convencional, como una capital de provincia castellana, pero ahora me parecía más que austera, era una ciudad triste». En cambio, «no se veían los signos de pobreza que tan penosa impresión nos habían causado en Córdoba y Málaga». Recorre el Albaicín, la Alhambra el Generalife. Granada era la ciudad «que había dado muerte a su poeta». Brenan inicia la búsqueda de la tumba de García Lorca. En el cementerio, después de mucho indagar y preguntar le dicen que no está enterrado allí. «Está en Víznar, lo fusilaron allí», dice el sepulturero. Hizo muchas indagaciones. Tras visitar su pueblo natal de Fuente Vaqueros y su casa en las afueras de Granada, Brenan fue al barranco de Víznar. Logró saber que Lorca había sido fusilado y enterrado allí, y Brenan abandonó Granada con la impresión de que «mi búsqueda de la sepultura del poeta no había sido inútil».

El matrimonio Brenan vuelve después por Córdoba, donde pudo visitar por fin la casa donde nació Góngora, en la calle Tomás Conde, y luego emprende la ruta de los pueblos de Sierra Morena, y de allí a La Mancha, Ciudad Real, donde visitan la zona de la batalla de Alarcos, donde los moros destruyeron el ejército de Alfonso VIII de Castilla; Daimiel, Almagro. Luego Extremadura, con Badajoz, la monumental Mérida, Cáceres y llegan a Toledo para admirar sus sinagogas, callejuelas retorcidas y empinadas y la pintura de El Greco, con la que se extasía y sus pinturas que «nos electrizan con su expresión de inteligencia sobrenatural». Acaban en Talavera y Madrid.

Pero en este periplo por el laberinto español, Brenan no describe solo el espacio físico, sino que, llevado por la fascinación de lo español, se adentra en el encuentro con las personas y en escucharles. Da voz a los españoles de toda índole para entender el carácter nacional. Y lo consigue pues el libro es un desfile de gente de toda condición y de los dos bandos que quieren hablar con Brenan. «A diferencia de Inglaterra, e incluso bajo un régimen dictatorial, en España le fue posible hablar de política con quien se terciaba, y a cualquier hora del día», aclara Carlos Pranger.