Hay libros cautivadores desde su planteamiento, cuya capacidad para generar una complicidad con el lector es inmediata, epidérmica. 'Cuando los inviernos eran inviernos', de Bernd Brunner, es uno de esos textos. La apuesta del ensayista alemán al proponer una especie de biografía de una estación es muy sugestiva. De hecho, existe algo casi heroico en trabajar sobre un asunto tan común como complejo de sistematizar. Porque lo obvio es a menudo lo más arduo. Y es que todos tenemos la experiencia del invierno, ¿pero qué significa esa palabra en realidad?

¿Es lo mismo el invierno meteorológico en la costa de Islandia que en las playas de Brasil? ¿Alguna vez nos hemos detenido a reflexionar acerca del invierno como un mapa de las emociones, como un nicho ecológico, como una coartada para el viaje, como un asilo espiritual, como un depósito de ritos y leyendas? ¿Existe acaso una economía del frío, una cosmovisión del hielo, una geopolítica de las regiones polares? ¿De qué hablamos cuando hablamos de un biotipo ligado al clima? ¿De dónde surge la pasión de ciertas personas por explorar territorios en apariencia hostiles, inhóspitos, crudos, donde la vida se constituye como lucha antes que como una experiencia grata y placentera? ¿Cuándo y cómo surgieron las actividades recreativas ligadas al frío: los deportes de invierno, las travesías de montaña, las exploraciones árticas? ¿Qué impulso puede mover a alguien a dedicar buena parte de su vida al hallazgo, escrutinio y clasificación de los cristales de nieve?

Para intentar responder a estas preguntas, Brunner convoca en su libro a decenas de escritores, aventureros, científicos, artistas, inventores o simples observadores que, en algún momento de sus trayectorias, se cruzaron con la evidencia del invierno. En estas páginas veremos a Goethe cruzando el paso de San Gotardo, descubriremos a Chaplin practicando una extraña variante del esquí en St. Moritz, asistiremos a la conversión de Fridtjof Nansen en el héroe nacional de Noruega, nos emocionaremos con Bokushi Suzuki mientras dedica sus días a dibujar las alucinantes formas de los copos de nieve, aprenderemos de Henry David Thoreau y de Sylvain Tesson el exquisito arte del eremitismo, seguiremos los pasos de John Ross cuando por vez primera en la historia trabe contacto con los esquimales del Polo Norte.

El invierno es un país físico y también un continente moral; el invierno comporta una actitud práctica y esconde una concepción filosófica. De Japón a Groenlandia, de Canadá a Austria, entre lagos y banquisas, en patín, en avión, a caballo o a pie, en las ciudades y en el campo, bajo techo o a la intemperie, Brunner nos invita a redescubrir la gloria del invierno y su más íntima razón de ser, y lo hace valiéndose de una prosa que nunca alza la voz, más cercana a la introspección que al arrebato, pero que nos adentra en la más denostada de las estaciones para descubrir, allá al fondo, como una luz en medio de la negrura, la exuberante, apasionada belleza del frío.