«La literatura o es imaginación o no es nada», decía el gran Gonzalo Torrente Ballester. Frente a ello la literatura española del siglo XX, especialmente del último tercio, se ha nutrido esencialmente de realismo, un realismo pegado a lo que pasa, que copia la realidad, sin invención. Mas aún, hubo momentos determinados en que se alentaba el repudio a la imaginación.

Y este es el mal que ha perseguido y depreciado la obra literaria de Rafael Pérez Estrada, una obra que tenía como santo y seña el valor esencial, casi excluyente, que el propio Pérez Estrada daba a la imaginación. «Nada tiene que ver con la realidad, si acaso, con la fantasía mas desbordada», decía Manuel Alvar de la obra poética de Rafael.

Esta querencia a los cánones del realismo ha impuesto un corsé a la fecunda y personalísima obra de Pérez Estrada que, poco a poco, cuando en mayo se cumplirán 20 años de su muerte, se va rompiendo, camino de un reconocimiento pleno de la misma hasta poder consolidar al autor como uno de los grandes poetas de la segunda mitad del siglo XX en España, maestro y dueño de un universo propio, un mundo imaginado al que hay que ascender ­-como a los cielos- si se quiere calibrar el arte poético y los aires de renovación e impulso que Pérez Estrada trajo a la poesía española, regalando su mundo fascinante y su arte celestial.

Pero resulta del todo imposible que la obra de Rafael continúe secuestrada en la trastienda de la orfebrería poética. Poco a poco pero con la contundencia irrefrenable de una mancha de aceite, va adquiriendo el reconocimiento universal de uno de los grandes y genuinos escritores españoles del siglo XX. No cabe otra, la flor acaba por despuntar entre las ramas del jardín oculto.

Ese reconocimiento estrecho se debía también, dicen sus conocedores, a una cuestión editorial y de humildad literaria del propio Rafael que quiso trabajar siempre con editoriales locales, sin abrirse al gran mercado. Ello propició que fuese tratado como un escritor culto de minorías. Era una especie de marginalidad patricia.

De esta manera la editorial Renacimiento, en un trabajo colosal, pone en circulación el segundo volumen de la obra del poeta, 'Poesía (1985-2000)', con la participación de la Fundación Rafael Pérez Estrada.

Este segundo volumen, tratado con el mimo que le presta Francisco Ruiz Noguera, quizá el mejor conocedor de la obra de Rafael, reúne los libros de poesía fechados desde 1985, así como cuadernos de especial relevancia. Incluye, por tanto el 'Libro de horas' y otros de carácter esencial en su obra como 'El levitador y su vértigo', 'Libro de los reyes' o 'Conspiraciones y conjuras'.

El mundo de Rafael era tan amplio que lo que llamamos su poesía era un conjunto de aforismos, greguerías, pequeños relatos y otros de creación propia recogidos bajo el paraguas de prosa poética.

«El poema es sólo el espejismo del poema que soñamos», decía Rafael y escribía: «Mis labios, volando en el deseo/han caído en las redes de tus labios

».

Los aforismos dieron cuerda permanente a su imaginación: «Los ángeles, temerosos de la soledad, se hacen custodios».

Admiraba a Gómez de la Serna y en su homenaje escribía: «La catedral es una pirámide convertida al cristianismo».

Y esta otra como espejo de su suerte: «En España la ortodoxia y el aburrimiento niegan cualquier posibilidad de biografía heterodoxa. Los grandes heterodoxos no tiene biografía personal».

Ahora, poco a poco, la magia va demudando en leyenda por la obra luminosa y absolutamente original, imaginativa y culta, siempre heterodoxa de Rafael, un caso único en la literatura española.

Por eso, como decía Vicente Molina Foix, uno de sus grandes admiradores, pasarán los días y los años, nos moriremos todos y una mañana el nombre de Rafael habrá salido de su jardín y los niños sabrán su nombre en las escuelas y un cuento suyo medirá la prueba de selectividad. Hoy el reconocimiento no puede venir ya más que en forma de lecturas.