Leer a Mircea Cartarescu es abrir una ventana al asombro. El lector queda pasmado y a la vez conmocionado por lo que supone recibir esa explosión en forma de bomba narrativa que estalla al encontrarse con el lenguaje fascinante, único y sobrecogedor de Cartarescu.

Cartarescu despliega en cada nuevo trabajo narrativo un ciclón literario de fuerza diez, que raya la genialidad. Armado de un universo interior descomunal, su genialidad está en saber narrarlo de manera plausible y conseguir que el lector conozca el placer y quede sobrecogido ante el mismo.

A eso están abocados los lectores del último trabajo de Cartarescu que llega a las librerías españolas de la mano de la editorial Impedimenta. 'El cuerpo' es la segunda pieza narrativa de su trilogía 'Cegador', cuyo primer volumen, 'El ala izquierda', llegó en 2018 y se completará con 'Ala derecha', como en una mariposa.

En 'El cuerpo', Cartarescu renueva su intención de trasladar sus recuerdos familiares e infantiles a la categoría de suceso universal. Y lo consigue. Estamos en Bucarest en los años sesenta y setenta, con la capital y el país anclados en el férreo control que impone el estalinismo del partido comunista y su temida policía política, la Securitate. Pero esto no enturbia el mundo interior del joven Mircea. El joven está sentado en su apartamento en el último edificio del vecindario de la calle Urano, que se está demoliendo para la construcción de la Casa del Pueblo, y mientras escribe su «libro ilegible». Tras derribar el edificio, se ve obligado a regresar a la casa de sus padres. Pero en medio, su «libro ilegible» va y viene a través de la historia, los recuerdos infantiles y familiares y los sueños visionarios y alucinantes del escritor.

En esos sueños Bucarest ocupa su realidad onírica. «Yo conservo en la memoria la configuración exacta de la ciudad, porque mi sueño en el que vuelo sobre ella, repetido a menudo, no me ha engañado jamás».

Pero una y otra vez vuelve sobre el pasado «porque el pasado lo es todo, y el futuro, nada». Y se obliga a «aceptar una bocanada de realidad». Y cuenta destellos de esa realidad cotidiana que obliga a su madre a soportar colas desde la noche al mediodía para conseguir un muslo de pollo; o como «mi madre cocinaba solo de noche, porque de día no había gas». O como las mujeres obreras eran obligadas brutalmente a pasar un control ginecológico trimestral. «Eran obligadas a desnudarse y colocarse en una cinta transportadora para que unos dedos brutales masculinos les abrieran las piernas, hurgaran en la vulva y el recto para dejar constancia de quienes estaban embarazadas».

Junto a ellos están esos sueños increíbles, como el de la niña María que cada amanecer se endosa sus alas de mariposa y vuela por encima de Bucarest y alcanza a contemplar a Dios y su corte celestial. Y el de la misteriosa vida de la niña Soile que nació de color azul y a la que los médicos colocaron un corazón de un niño pues ella en su lugar tenía una gran araña. Cada uno de sus huesos era de un color. Vivía con su madre en una casa que cada tarde emprendía el vuelo.

Está su antepasado Vasile, capitán del cuerpo de bomberos, que arde de lascivia y deseo sexual y acaba muerto tras ser arrastrado a una gran orgía.

Los recuerdos colegiales son, sin duda, los mas risueños. «Para distinguir las compañeras de clase que eran putas, eso se sabía por las bragas que llevaban; si tenían lunares o patitos estaba bien; pero si eran blancas-blancas y un poco brillantes de satén de los edredones, eran con toda seguridad putas». Había que acercarse a ellas por detrás y levantarle la falda hasta la cintura para verles las bragas.

O aquellos más puramente familiares con su madre tejiendo alfombras que dibujaban misteriosas figuras donde los tontos de la Securitate creyeron ver secretos de Estado; o aquel primer televisor Rubin-102, donde veían al Gordo y el Flaco y al Capitán Tor- Bellino; o las tardes en que su padre le llevaba al estadio del Dinamo a ver el partido, aunque a él le gustaba más «cuando proyectaban películas y Scaramuche se batía en duelo».

Magistral la narración del espectáculo del gran circo, con el Hombre Serpiente o Vanaprashta Sannyasa, el domador de pulgas.

El libro acaba en Amsterdam con una historia fascinante sobre Maarten, un joven patinador que se gana la vida como hombre estatua y al que convierte en protagonista de una historia universal e insólita.

El lector que haya leído el primer libro de esta trilogía, está mejor preparado mentalmente para este viaje onírico y de recuerdos que propone Cartarescu. Con todo, este libro resulta más sencillo en su lectura que el anterior; el contexto es más claro y el estilo de escritura menos hermético.

'El cuerpo' cimenta el poderío literario del rumano Mircea Cartarescu; su estilo visionario, su genialidad tortuosa, su capacidad para la sátira grotesca, para retratarse a sí mismo sin vergüenzas. Todo ello le ha convertido en uno de los grandes prodigios de la literatura mundial.