El COVID-19 nos ha encerrado en nuestras casas, nos ha inoculado el miedo, nos ha separado a unos de otros aún más que la política y ya está dejando muchas muertes a su paso. El escenario es más propio de una mala película de catástrofes, tan del gusto del público de los 70, que de la triste y aburrida realidad que dábamos por segura hasta hace unos pocos días. Mientras la economía se tambalea y nuestro sistema sanitario tiembla ante su próximo colapso, algunos parece que se han lanzado a leer -yo creía que ante el apocalipsis no nos íbamos a arrellanar en nuestros sofás, la verdad-. Y eso no está mal, aunque si algún desalmado plantea que esto es lo mejor que le ha pasado a la lectura en los últimos tiempos quizá merezca una visita del COVID-19. Tampoco creo que estemos leyendo tanto en estos días. Lo que sí parece claro es que la industria editorial, y en especial las sufridas librerías, van a sufrir de lo lindo. Para cuando salgamos de nuestras casas, pálidos, incrédulos y temerosos, quizá nos encontremos con muchas menos librerías y sin duda muchas menos novedades editoriales-ha tenido que llegar una pandemia para frenar la avalancha de libros-. Quizá sea el momento de decidir qué sociedad queremos ser ahora que tenemos tanto tiempo para pensar en ello.