El madrileño Alberto Pasamontes (1970) es un valor más que seguro en la novela negra española, como evidencian sus logros, entre ellos el premio Francisco García Pavón de Novela Policíaca, que obtuvo en 2015 por 'La muerte invisible' (Reino de Cordelia), una intriga ambientada en la Ucrania del accidente nuclear de Chernobyl.

Con su primera novela, 'Entre la lluvia', publicada en Ediciones Beta, presentó a sus lectores la pareja de inspectores formada por Goyo Barral y Carmen Alonso, dos policías de raza pero también de carne y hueso, cargados de problemas como todo hijo de vecino, lo que hace que las novelas de esta prometedora saga no sólo estén muy cerca de la realidad sino, valga la redundancia, de la vida diaria de la mayoría de sus lectores.

Esta cercanía y buen pulso para observar la vida cotidiana vuelve a demostrarla con 'Ángel roto', que acaba de publicar la editorial Milenio, en la que vuelven la pareja de inspectores y el Madrid de nuestros días. En esta ocasión, con una doble trama que recorre toda la novela: el suicidio de una adolescente, amiga de la hija del inspector, y un robo de joyas que para más humillación se produce muy cerca de la comisaría.

Escribe Alberto Pasamontes con pasmosa naturalidad y brío, como si viviera dentro de los personajes y las situaciones, que nunca son impostadas. Por este motivo, el lector tiene la sensación de asistir a un suceso real, que el autor sabe destilar en las dosis precisas de intriga para que las páginas vuelen en busca de la resolución de los casos.

En un momento de la obra uno de los protagonistas menciona la navaja de Ockham, el famoso principio filosófico que anima a buscar la explicación más sencilla entre dos teorías en igualdad de condiciones. Y lo hace porque entre las leyes de oro de la buena novela policíaca, la capacidad de sorprender al lector hace que este principio, afortunadamente, no funcione. 'Ángel roto' es un excelente ejemplo, con una intriga medida hasta el final que deja con ganas de saber más del trabajo de estos dos policías tan humanos y quizás por eso, entrañables.