Nicolai Bujarin, uno de los líderes bolcheviques de la Revolución Rusa junto a Lenin, Trosky o Zinoviev, sufrió después el odio y la mortal represión de Stalin siendo condenado y fusilado en los procesos de Moscú. Antes de morir escribió una carta a modo de testamento político. Para evitar que se perdiera la quemó y pidió a su mujer que la memorizara. Ella la conservó en su memoria hasta que pudo darla a conocer muchos años después.

Ósip Mandelstam, uno de los más grandes poetas rusos del siglo XX, junto a Borís Pastenak, también tuvo enfrente a Stalin y su máquina de terror. Tampoco le sirvió su adhesión desde el principio a la revolucion rusa. Cuando escribió un poema satírico contra el tirano, a sabiendas de que esa osadía la pagaría con el precio de la muerte, pidió a su mujer, Nadiezhda, que conservara en su memoria sus versos para que no quedasen sepultados por el olvido, después que el estalinismo prohibiera sus versos, confiscara sus libros y quemara toda su obra. Gracias a su gesto sus versos y su palabra han sobrevivido a la mentira y el olvido.

Así lo cuenta en un pequeño volumen Anna Ajmátova, la escritora rusa, gran amiga del poeta y que, como éste, también sufrió el terror de Stalin.

Nórdica Libros publica este bellísimo libros 'Mandelstam' con los recuerdos de Ajmátova sobre Mandelstam, que también incluye cartas y poemas de ambos escritores en lo que podría ser el reencuentro de dos amigos que sufrieron la brutal persecución del estalinismo.

«Mandelstam era uno de los interlocutores más brillantes: se escuchaba no solo a sí mismo y respondía no solo a sí mismo, tal como hacen ahora casi todos. Al hablar era cortés, agudo e infinitamente variado. Nunca oí que se repitiera o que hablara con temas manidos. Ósip Mandelstam aprendía idiomas con increíble facilidad. Recitaba de memoria en italiano páginas y páginas de La divina comedia. De poesía hablaba deslumbrando, con pasión», cuenta, también con pasión y gran entereza Anna Ajmátova en estos recuerdos de su amigo.

La poesía de Mandelstam, de gran precisión y sobriedad, no es de fácil lectura, pero los versos que dedicó a Stalin en un acto de valentía y de integridad artística, son claros y elocuentes.

«Vivimos insensibles al suelo bajo nuestros pies,//nuestras voces a diez pasos no se oyen.//Pero cuando a medias a hablar nos atrevemos//al montañés del Kremlin siempre mencionamos.//Sus dedos gordos parecen grasientos gusanos// como pesas certeras las palabras de su boca caen».

El poema fue su sentencia de muerte, él lo sabía. Al escribirlo buscaba la libertad absoluta y eso tenía un alto precio. Él mismo decía: «Este es el único país que respeta la poesía: matan por ella. En ningún otro lugar ocurre eso». ¡Gran premonición!

Ósip Mandelstam fue desterrado a tres años de trabajos forzados en los Urales. Su amigo Borís Pasternak, que luego también sufriría la represión soviética, intercedió por él ante Stalin. Le salvó entonces, pero en mayo de 1938 sufrió un nuevo arresto y recibió una condena de cinco años. Deportado a Kolymá, murió en un campo de tránsito cercano a Vladivostok el 27 de diciembre de 1938.