La capacidad de las apuestas más arriesgadas para innovar y trascender lo que ya parecía inventado marida todavía con ciertos proyectos narrativos. Sin ir más lejos, la literatura de Salman Rushdie emerge con brío y fina puntería en 'Quijote' (Seix Barral), que asoma el clásico de Miguel de Cervantes al delirio actual. Bendito baño de locura el que propulsa el autor indio sin perder de vista la simbología sagrada que marca las coordenadas en la obra maestra cervantina.

La grandeza de su resultado se aprecia en infinitas direcciones: desde el manejo excepcional de la escritura que construye un libro dentro de otro libro hasta el abrazo a priori imposible que sitúa en el siglo XXI los ingredientes más quijotescos. La obra va atrapando la mirada del lector y la despeñan por un remolino vertiginoso.

Por mucho que suene a atrevimiento gratuito o herejía injustificada con solo apreciar su portada, hay que recorrer las más de 500 páginas traducidas por Javier Calvo para agradecer una manera nueva de desmontar a esta sociedad que, ahora mismo, viaja a la deriva del exceso de información y los cantos apocalípticos.

El omnipresente poder de la caja tonta convive en esta fresca novela con otras críticas a diversas disciplinas culturales o a la industria farmacéutica. Al cerrar sus tapas, entrarán muchas ganas de volver al 'Don Quijote' de Cervantes y, sobre todo, de adentrarse en el legado de Rushdie más allá de las polémicas satánicas.

Puestos a buscarle un pero sin importancia a tan majestuoso ejercicio literario, bastaría con señalar que a más de un 'futbolero' le chirriará la línea que, en medio de la vorágine del relato, presenta a Stoichkov y Berbatov como futbolistas húngaros, en lugar de búlgaros.