Llegó mi alergia y llegó el día en el que abren las librerías. Si lo primero no es bueno, lo segundo lo parece pero no lo es tanto. ¿Nuestras autoridades quieren abrir las librerías para poder matarlas mejor? Leo que algunas ya han abierto, y que lo hacen según las normas de la nueva normalidad, que viene a ser un invento marketiniano pare vendernos algo que no queremos comprar. Veamos: hay que pedir cita previa e indicar el libro que se quiere comprar, y al llegar a la librería no se puede tocar nada. Y digo yo, ¿por qué no pegamos fuego a todas las librerías? De ese modo, al menos podrían cobrar el seguro. Esas normas parecen salida de la mente de algún accionista de Amazon -seguro que no son obra de un lector de Jorge Carrión y su 'Librerías' (Anagrama, 2013), ese ensayo que debería de ser canónico para lo que quede del Ministerio de Cultura-. Porque si eliminamos la búsqueda, el encuentro, la compra repentina, la sorpresa y la posibilidad de que te aconsejen, ¿qué le queda a las librerías? Ir a una librería en esas condiciones puede ser una experiencia tan deprimente como visitar a un camello en una esquina, y no esa experiencia enriquecedora que suele ser pasear entre libros. También temo la chapa que los libreros van a tener que soportar de sus primeros clientes, eso debe de ser dañino para su salud mental.