«El mar de mi juventud fue un mar corinto, un mar de sangre apasionada. Creo incluso que copulé con sus aguas». Tales recuerdos fueron emborronados por alguien que concibió la vida y su ciudad, su Málaga natal, como si fuese un martini del mar. Esta criatura inmortal no es otra que el escritor, artista y abogado Rafael Pérez Estrada (1934-2000), a quien este jueves 21 de mayo se le echó especialmente de menos coincidiendo con el vigésimo aniversario de su epílogo.

En la imposibilidad de clasificar su legado literario y en su capacidad innata para trascender las aduanas de los géneros quizás resida la grandeza que proyecta sobre su obra el valioso pedigrí de su estilo único. Uno de sus amigos, el escritor Antonio Soler, aporta algunas de las ráfagas de luz más certeras a la hora de enfrentarse a la difícil tarea de airear luz sobre este misterio. El novelista malagueño está totalmente convencido de que «Rafael practicaba el género Rafael». «Ni aforismos, ni prosas poéticas ni microrrelatos. Partió de la poesía y aprendió del relato y la novela, pero fue a otro puerto. En lo personal fue igual. Su amistad contaba con los ingredientes propios que fundamenta cualquier unión que merezca ese nombre, generosidad, entrega, lealtad, pero también te llevaba a otra parte», ha escrito en ocasiones Soler.

Otro de sus compañeros de viaje y promotor de algunas de las iniciativas que ahora se articulan en torno a la Fundación Rafael Pérez Estrada del Ayuntamiento de Málaga, el poeta Francisco Ruiz Noguera, suele reiterar que «uno de sus caballos de batalla está en difuminar la frontera entre géneros». «Es poeta, pero un poeta muy especial; es narrador, pero un narrador muy especial; jugó como nadie con la zona fronteriza entre la poesía y la narrativa; se adelantó en su tiempo con esos géneros breves que ahora están tan de moda; fue artista plástico en diversas manifestaciones...», explicó Ruiz Noguera en relación al número que la Revista Litoral le dedicó a Rafael Pérez Estrada en la primavera de 2016.

Es, precisamente, este monográfico de la revista dirigida por Lorenzo Saval uno de los océanos bibliográficos más suculentos en el que revisitar al polifacético creador malagueño. Bajo el titulo de 'Rafael Pérez Estrada. El demiurgo', a lo largo y ancho de casi 300 páginas el universo de Pérez Estrada fue desplegado en clave de 'todo Rafael', y siguiendo los parámetros de calidad que abandera Litoral, en este número que contó con la colaboración del Ayuntamiento de Málaga y aún está disponible en librerías o en la web de la propia revista.

La totalidad de las ilustraciones que se reproducen fueron firmadas por Rafael Pérez Estrada y hasta el collage de portada de Lorenzo Saval fue realizado con la manipulación de las criaturas que habitaban sus dibujos. Además, hay varias antologías sobre sus distintas facetas literarias, colaboraciones de sus principales amigos y expertos en su obra, e incluso se aportan dos inéditos. Uno de ellos es una de sus características piezas de teatro breve. Y el otro -»me muero de inéditos» solía decir él- un revelador texto con su visión de su propia poética titulado 'Un intento urgente de autobiografía literaria'.

En cualquier acercamiento a su obra se comprueba que a Rafael Pérez Estrada la vida lo fue vistiendo de mago inclasificable. De arquitecto de los trazos y las palabras que caminó libre en cuanto no sintió la atadura de los géneros. Ahora, en un mayo en el que su adiós ya acaricia las dos décadas, el poeta, el narrador, el dramaturgo, el maestro de los aforismos, el dibujante o incluso el editor continúan ahí residiendo entre las olas de la literatura.

Recordarle es un antídoto contra los estragos del confinamiento, es la posibilidad de vivir en una situación imaginada mejor precisamente que la actual. Porque Málaga no está este mayo como más le gustaba a Rafael Pérez Estrada, con el sol reinando y el mar sonando por todo su paseo marítimo. De hecho. Rafael es el arquitecto del que quizás sea el universo más original y borracho de creatividad que se recuerda por estos lares. Así de alegre y de imprevisible era la Málaga que le inspiraba.

La geografía que fluía entre sus palabras. La que soñaba, tan igual y tan distinta, en sus dibujos. Así era la musa que fue rebautizada para la eternidad, por este primo hermano de la imaginación que siempre fue Pérez Estrada, como «martini del mar».