Franz Kafka moría 3 de junio de 1924 en el sanatorio de Kierling. Víctima de la tuberculosis. Un mes después, el 3 de julio, hubiese cumplido 41 años.

Apenas esos cuarenta años le sobraron para levantar una obra que se ha hecho indeleble con el tiempo y antes contribuyó de manera principal y protagonista a la profunda renovación que experimentaría la novela europea en las primeras décadas del siglo XX.

De pocos escritores hay tantas tesis, análisis, estudios o juicios literarios como de Franz Kafka. Tal es la enorme influencia que el escritor checo ha venido ejerciendo en la literatura del siglo XX y sigue prolongando en los umbrales del XXI.

Por ello, prácticamente todo se ha dicho ya sobre un hombre cuyo prestigio literario ha ido creciendo y engrandeciéndose con los años como si de un buen vino añejo se tratase. De tal manera que ningún juicio de los que aportásemos aquí vendría a constituir una novedad sobre la grandiosidad de la obra de Kafka.

El año 1912 es el de su toma de conciencia como escritor. Ese año escribe El proceso (aunque no se publica hasta después de su muerte), e inmediatamente después su primer gran relato, El fogonero; dos años después La metamorfosis, que van a proporcionarle su conciencia de escritor. Será ésta la que se constituya en el motor de su vida literaria. Desde entonces, lo que más le interesa es escribir. A su primera novia Felice Bauer le anuncia, «toda mi forma de vida está centrada exclusivamente en la creación literaria».

Esta firme decisión le permitió vencer los obstáculos que tuvo en su vida: la oposición paterna a que se dedicara a escribir, la enfermedad, su trabajo de oficinista en una compañía de seguros y su complicada relación con las mujeres , con cinco intentos de matrimonio, todos frustrados.

Hasta 1920 aproximadamente, tuvo una intensa actividad literaria. Ello le permitió escribir y publicar, trabajos como Un médico rural, La condena, En la colonia penitenciaria o Un artista del hambre. Todas las restantes obras de Kafka no serían publicadas hasta después de su muerte. Fue su gran amigo Max Brox, al que Kafka encomendó que quemara su obra inédita, el que incumplió tal deseo y permitió que títulos esenciales de su producción, como El proceso o El castillo, se editasen después de la muerte de Kafka.

Kafka, que dejó inconclusa varias de sus obras y nunca culminó una novela de gran extensión, brilla de manera genial en el relato corto. Estos resultan imprescindibles para conocerle. La mayoría de una gran brevedad, algunos como 'Los árboles', no sobrepasan las cinco líneas, pero que cinco líneas.

Son escritos paridos en la soledad de la noche. Kafka era un anodino empleado de una compañía de seguros que por la tarde y noche, ya en casa, se transformaba dando paso a toda la riqueza interior que acumulaba.

Relatos tan breves como antológicos, como 'El deseo de ser un piel roja'; o tan cargado de simbolismo como 'Ante la ley' y 'Chacales y árabes'; otros tan sembrados de interrogantes como 'Informe para una academia', ponen el sello de imprescindible.

En la Navidad de 1923, la pulmonía agravó su tuberculosis latente. El escritor estaba en Berlín con Dora Diaman, su última pareja, viviendo en condiciones económicas lamentables. Fue internado en el sanatorio Wiener Wald, de Viena. Al agravarse su estado fue trasladado al sanatorio Kierling donde pasó los últimos meses de su vida, con graves dificultades respiratorias y alimentándose solo de líquidos. Con todo, su temprana muerte a los 40 años le libró de sufrir el horror que los nazis impusieron después a los judíos. No así sus tres hermanas que fueron exterminadas en los campos de concentración nazis.