«Peanuts ha sido, es y será el mejor cómic del mundo. Bravo». Así de tajante se expresó Ray Bradbury hablando de tebeos. Y no quiero llevarle la contraria al bueno de Ray, porque Peanuts de Charles M. Schulz es uno de mis tebeos favoritos, además de una parte fundamental de mi educación sentimental. Pero opiniones tan rotundas como la de Bradbury han llevado a muchos lectores poco aventurados a no indagar más allá de aquella obra que consideran la piedra de toque de su canon -ya sea este personal o recibido por alguna autoridad, como podría ser el mismo Bradbury-. Y ahí ya tenemos un problema. La sombra de estas cumbres, en el caso de Peanuts hablamos de los tebeos, es alargadísima, y muchas maravillas quedan empequeñecidas ante la altura de la admiración que generan. He pensado en esto porque durante la pasada semana he estado releyendo las tiras de Carlitos y Snoopy, al mismo tiempo que me descubrieron 'El ladrón de pesadillas y otras historias' (Glénat, 2006), tomo que reúne las maravillosas páginas que Ángel Puigmiquel dibujó en los años 40, y que es un caso claro de obra olvidada. Glénat arrancó con Puigmiquel la colección Patrimonio de la Historieta, hermoso proyecto de Joan Navarro y Antonio Martín del que nadie se enteró. En cambio, Peanuts nunca faltará en nuestras librerías. Ojalá tuviésemos lectores para ambas publicaciones.